Entre la bruma

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​Entre la bruma​ de Antonio Domínguez Hidalgo


Entre la bruma…

Primera Edición 1969.

ÍNDICE


Pág.
OBERTURA
3
1. YO
7
2. MIS PADRES
11
3. CUANDO ELLA VIVÍA
15
4. MI CASA
19
5. MARUCA
23
6.AMIGOS
27
7. VECINOS
31
8. ANIMALES
33
9. JUGUETES
37
10. EN UNA MAÑANA
41
11. FIESTA
45
12. ¡YA NO LO VUELVO A HACER!
49
13. ¡SUSTO!
53
14. PESADILLA
57
15. BERMELLÓN
61
16. CANDENTE
65
17. AMOR
71
18. ¡INJUSTICIA!
75
19. ¿PIES... PARA CUÁNDO SON...?
79
20. DESASOSIEGO
83
21. LOCURA
87
22. UN MILLÓN
91
23. BLANCO Y AMARILLO
95
24. BLANCO
99
25. SER
105
26. NOCHE
109
27. CALLES
113
28. CONOCER
117
29. EXCURSIÓN
121
30. ROSICLER
125
31. RECORDANDO
129
32. AZUL
133
33. FELICIDAD
137
34. SALÓN DE CLASES
141
35. LUZ
145
EPÍLOGO
153



OBERTURA
 
           Y...
en un instante...
sin poder precisar cuál,
sintió que su cuerpo se estremecía
con vigores insospechados
y que vibraciones
nunca antes sentidas
desplegaban sus misterios
para envolverlo en inquietudes...

Entonces fue cuando comenzó a saber
que existía un alma en la materia,
un ser en el Universo,
un mundo en la inmensidad
y se transmutó...

Mas...
algo como niebla
lo envolvió
impidiéndole ver con claridad
las aguas del océano
en el que navegaba...

Y emprendió la búsqueda
de sí mismo...


YO

Desde niño siempre he sido semejante. Cuando pequeño me gustaba contemplar las tardes en las que el resplandor del sol se veía opacado por las nubes aglomeradas en el horizonte. Me sentía tan sereno, tan tranquilo, como invadido por una inexplicable, pero placentera felicidad.
Nada había mejor que, reunido con mis amigos, reposar la fatiga del juego bajo los árboles frondosos del jardín cercano a casa y observar aquellos crepúsculos de verano, mientras se platicaban fantasías y realidades, recuerdos y anhelos. Parecía que la eternidad era nuestra y que en sus brazos se acurrucaban, soñolientas, las despreocupaciones de cada uno.
Luego, apenas la noche envolvía con sus brazos de sombras a la ciudad, reanudábamos carreras y saltos, risas y gritos; y sólo nos preocupaba el instante en que debíamos ir a dormir.
Ahora, el tiempo ha transcurrido veloz desde aquellos días. Los problemas simples de entonces, regaños por travesuras o por no hacer la tarea, se han vuelto más complicados: La secundaria, las nuevas obligaciones, el dinero, la ropa, el comportamiento y... Alma... ¡Ah...! ¡Alma...!
Yo soy un muchacho como todos, o creo serlo, sin embargo, a veces no sé lo que busco, lo que espero o deseo. Es como si de pronto me sintiera solo, extraviado, angustiado ante... No. No entiendo bien esto. No puedo descifrarlo.
Hay ocasiones en las cuales quisiera ser distinto a lo que soy, a lo que fui, a lo que era. Ser más... cómo diría... más... Más grande. Tener ya veinte años. Ser mayor de edad. Entrar en todos los sitios que mientras más misteriosos nos los hacen, más es la intriga y superior la inquietud por saber la realidad de aquí, de allá, de... Saber la verdad.
Y existen tan pocos adultos que aclaran nuestras dudas; algunos nos las aumentan más, otros nos las reprimen. Por eso muchos me parecen insignificantes, egoístas, hipócritas, envidiosos y llenos de convencionalismos torpes. Quizá tienen miedo de enfrentarnos a lo que seguramente ni ellos han sabido comprender.
En ciertos momentos me agradaría abandonar esta mi edad sin formas precisas y conocer ya, de inmediato, el mundo que ignoro, ese mundo que de improviso ha comenzado a aparecer ante mis ojos y que no comprendo con claridad, porque nadie me lo define ni me permite explicarlo, o vivirlo hasta obtener mis conclusiones, y al contrario, tal parece que no les importa... o que tratan de enredarlo más. ¡Y me da tanta rabia! Cuando les conviene, soy un niño todavía y cuando no... ¡Ya tienes los suficientes años como para aceptar una responsabilidad! ¡En cambio ellos!
Es por eso que quisiera ser mayor. Así ya no dependería de nadie ni tendría temor de nada. Mas al pensar que cuando uno crece y llega a la edad madura, suelen existir más problemas, acaso peores, me arrepiento. Para entonces no podré conversar diariamente con los de la palomilla ni iré con ellos a esperar la salida de las muchachas de la academia ni podré ir a tantas fiestas como ahora.
Creo que mejor debo conformarme y vivir como siempre, sin preocuparme de lo que vendrá mañana, sólo de lo que suceda en lo presente, pero.. y si... ¡No!
Tal vez cuando sea adulto cambie, para bien o para mal, mas por hoy, me gusta ser así...


MIS PADRES

A veces no sé qué pensar. Cuando fui pequeño ni siquiera me ponía a meditar sobre este problema y ahora... sin saber por qué... Es extraño…
Si pudiera precisar mis dudas, contestar a mis preguntas y solucionar esta preocupación que me embarga y que me hace sentir culpable de algo, responsable de... angustiado... por... No, no sé.
Me siento desagusto conmigo mismo y no quiero seguir dando molestias a mis padres. Los aprecio mucho, sí, sólo que... No me comprenden, aunque ellos creen lo contrario.
Mi padre me aconseja a cada momento lo que debo hacer. Mi madre me recomienda sensatez, pero...
En ocasiones he llegado a dudar si me quieren. Tal vez únicamente me cuidan para que no les vaya a causar más problemas, o vaya a provocarles algún disgusto muy serio que los desprestigie ante los familiares o los amigos. Pero si eso fuera, no tendrían por qué soportarme.
Hay instantes en los cuales quisiera dejar de ser una carga para ellos que han sido tan buenos conmigo (¿Buenos? ¿Y qué es ser bueno?); buscar trabajo, dejar la escuela, irme muy lejos, mas... ¿y luego? ¡No...! Los defraudaría. Cuánto me pesa esta indecisión.
Antes los admiraba.. y ahora veo que hay otros que valen más que ellos y... Mi madre me había parecido siempre tan dulce (no sé por qué ahora ya no), tan gentil, tan abnegada. Sus negros ojos siempre irradiaban amorosa comprensión y afanada en las labores del hogar, cuando no se hallaba cocinando, tejía un suéter para mí o para alguno de mis hermanos. Nunca estaba sin hacer nada. Mas hoy...
Mi padre, de rostro severo, pero amigable, siempre tenía una sonrisa de aliento para cualesquiera de mis inquietudes (no sé por qué ahora creo que ya no la tiene). Al llegar del trabajo siempre me hacía una caricia o me traía algún obsequio como premio por mi buen comportamiento y a veces jugaba conmigo. Mas hoy...
Dicen los maestros que ellos son lo mayor que tenemos en la vida. Sin embargo... ¿por qué para mí siento que han cambiado? ¿Por qué los veo tan distintos? ¿Como si no valieran lo que yo creía? Como si... No, no entiendo.
Ya no quiero sujetarme a lo que ellos puedan hacer por mí. Debo adquirir lo necesario por mi propio esfuerzo, sin molestarlos. Mis padres son admirables. Sé que son lo único que tengo de valor, pero yo necesito valerme por mí mismo y ser lo que desee, porque yo sólo lo consiga y no porque ellos me lo den.
Mis padres, como todos los padres del mundo, me quieren, me aman; darían todo por mí y a pesar de ello, los siento como alejados, como en otro tiempo, como en otro mundo...
Por eso, quiero aprender a vivir sin ellos, pero con ellos...

CUANDO ELLA VIVÍA

¿Por qué tuvo que irse? ¿Por qué ya no podré escuchar la ternura de su voz contándome anécdotas de otras épocas? ¿Por qué ya no veré su rostro surcado de tiempo ni sus ojos de bondad?
Se fue cuando menos lo imaginábamos...
Un noche llegaron mis tíos para avisarle a mamá. Ella lloró. Yo no... Ahí en frente no. Corrí a encerrarme en el cuarto de baño. Allí... no sé qué paso con mi vista. Cuando encendí la luz y me vi reflejado en el espejo del botiquín, desconocí mi cara. Era una faz oceánica, brillante, temblorosa. Era la faz que por vez primera se enfrentaba a la realidad de la existencia y se ahogaba...
Como en vértigo recordé mis días infantiles. Una grande melancolía me invadió. ¡Cuánto anhelé ser nuevamente pequeño y disponerme a viajar hasta el pueblo en donde mi abuela vivía! Aquellos preparativos eran maravillosos. Durante la noche que precedía al viaje me era imposible dormir tranquilo, sólo pensaba en el momento de partir y de reunirme con ella y con mis primos. Ellos, al igual que yo, la visitábamos entusiasmados. La Navidad, el año nuevo o el día de su cumpleaños eran instantes de suprema dicha. Allá jugábamos en el campo y nos sentíamos tan libres como la Naturaleza, como los pájaros, como las nubes. Corríamos y corríamos por los llanos y bajábamos hasta el riachuelo cercano para pescar o para cazar algún sapo entre el bullicio de nuestras risas y exclamaciones de admiración. Cuando regresábamos, la buena de mi abuelita nos tenía preparados suculentos guisos. Mientras comíamos, ella nos contaba historias nunca oídas. Historias que tenían un algo en común con la fantasía de nuestra edad.
Y nos consentía, y nos hacía caricias y mimos, tal vez porque veía en nosotros su inmortalidad lograda, su sangre reproducida, su corazón multiplicado.
Cuando nos sorprendía haciendo una travesura, nos regañaba tiernamente, sin gritos, sin enojos, sin palabras ofensivas, sin humillaciones. Nos hacía comprender cada una de nuestras actitudes. Parecía que nada había en ella de inhumano. Siempre mostraba una sonrisa para nosotros, que éramos la mejor huella de sus pasos en la tierra.
¿Por qué tendría que irse?... Si existe el cielo, allá debe estar, y..., si es verdad que hay Dios... (¿Sí?... ¿No?...) Tal vez será uno de sus ángeles.
Se fue... Sin embargo, siento que su mirada cariñosa me acompaña en cada una de mis cuitas, en cada una de mis desesperanzas, en cada uno de mis pasos...


MI CASA

Hasta hace poco no había pensado en ello, pero desde que cumplí los quince, he principiado a valorar el lugar en donde vivo. Hay tantos que no poseen un techo propio que los cobije ni paredes que los resguarden; tantos que nada tienen...
Antes no me interesaba en absoluto el significado de tener un hogar, pero desde que supe tantas realidades tristes, he sentido una emoción desconocida. Sé que existen también quienes habitan bellos palacetes rodeados de jardines y de fuentes; sé que hay mansiones enormes en la ciudad, lujosas e impresionantes. Tal vez por eso he comprendido que mi casa, aunque humilde, sencilla, modesta, es un punto clave para la tranquilidad.
Unos tienen mucho, otros nada... y yo... Yo creo que en esto soy feliz, aunque mi familia no sea de ricos. Mi padre trabaja lo suficiente para que nada falte y gracias a él, a su esfuerzo, a su perseverancia, tenemos lo necesario y sobre todo... una casa.
No es ni grande ni pequeña; más bien es de tamaño mediano. Sus muebles son antiguos y le dan un cierto atractivo para mí. Antes no me importaba, pero ahora... no es posible explicarlo bien. Será porque en ella nací y en ella me he criado. Casi afirmaría que aún antes de mirar la luz y de sentir el aire, me protegió de las tempestades y de las candentes caricias del sol.
Cada rincón de mi casa es un recinto de recuerdos, de bellos momentos pasados en la amenidad de una conversación o en la alegría de una fiesta. Tal parece que los años no han transcurrido, porque ella permanece tal como cuando comencé a darme cuenta que era: El mismo patio, las mismas recámaras, los mismos ventanales.
A veces me parece solitaria y me dan ganas de ir a la calle para jugar con mis amigos, o caminar, o... no sé. Es algo que siento en mí, como jamás antes. Sin embargo, en otras ocasiones, es lo contrario, quisiera permanecer siempre en ella, como si tuviera miedo de enfrentarme a lo que me rodea y que desconozco...
Por cierto que cuando un día mi padre nos comunicó su decisión de venderla debido a que le urgía dinero para un negocio, todos nos opusimos rotundamente y nos rebelamos hasta convencerlo de que no lo hiciera. Hubiera sido como si nos separaran de alguien muy querido.
Y mi padre se quedó sin su inversión pensada.
¡Me gusta mi casa! Es acogedora y risueña, aunque no lo parezca a los demás, y ha de ser, ¿por qué no?, la casa de mis hijos cuando llegue el momento de abandonar para siempre mi vida de... ¿niño?... ¿joven?... ¿Quién sabe? Es lo de menos... ¿Lo de menos?...
Mientas tanto, seguiré sintiéndola dentro de mí como algo preciado, como la confesora de mis risas y de mis anhelos, de mis llantos y de mis enojos, porque a pesar de su humildad, siempre me ha brindado su calma.
Mi casa y yo somos como uno solo: uña y carne... agua y mar... luz y sol...
Ojalá que algún día todos, pobres, huérfanos, desheredados, pordioseros, empleados, obreros, tengan una casa sencilla como la mía y nadie vuelva a pasar ni frío ni humedad ni calor.


MARUCA

Maruca es la sirvienta de casa. ¡Es una gran trabajadora! Gracias a ella, mi madre puede aligerarse de la carga doméstica y tiene tiempo para otros quehaceres: Tejer, bordar, hacernos ropa. A Maruca una extraña amabilidad la vuelve inconfundible. Sus atenciones para con todos los de casa la han hecho merecedora del afecto familiar. Su risa franca convence a todas las visitas de su sinceridad y de su responsable franqueza.
No es muy joven, mas bien es una mujer madura. Ella cuenta que en su pueblo se casó a los quince años, pero que la mala suerte la hizo enviudar a los diseciséis. Fue entonces cuando decidió venir a trabajar a la ciudad y cuando nuestro hogar fue el primero en acogerla. Desde esa época, más de quince años, ha permanecido con nosotros.
Maruca me conoció pequeño. Apenas había cumplido diez meses cuando ella vino y es por ello que la estimo de verdad. Siento que la aprecio mucho.
Más de una vez ha sido mi confidente, y aunque parezca increíble, me ha dado consejos acertados en varias ocasiones. Me ha querido, aunque demasiado la he hecho sufrir y repelar. De chiquillo era mi compañera de juegos y ahora es la que guarda mis secretos. Sabe de mis gustos, de mis decepciones, de mis entusiasmos y de mis enamoramientos. No merecía el destino que tiene. Debía haber sido algo mejor. Con la inteligencia que posee y el corazón tan noble, hubiera destacado en alguna profesión. Acaso hubiera sido una gran abogada. La embroncan las injusticias. Lástima que nació tan pobre y entre ignorantes, sin tener a alguien que la orientara. A veces le agradezco más a ella que a algunos de mis profesores, porque me ha salvado de muchas de mis tonterías. Casi la considero de mi familia, aunque sea la única aparentemente extraña que vive con nosotros. Bueno, creo que sin el casi. Ella es a todo dar y la siento tan cercana como mi madre, mi padre o mis hermanos.
No quiero decir con esto que sea un portento de virtudes, también tiene sus ratos malos. Cuando se encapricha es peor que una niña. Deja quemar los guisos, rompe los platos o amenaza con irse de la casa. Mamá la regaña. Maruca refunfuña y grita a todos que somos unos ingratos, que nos ha dado quince años de su vida y que no la recompensamos en nada. Se va a su cuarto y se encierra por horas.
No obstante, a pesar de sus rabietas, luego viene consumida en llanto a darle disculpas a mamá y a papá y se termina el contratiempo con peroratas y arrepentimientos de ambas partes. Mi madre la comprende, mi padre también. Creo que ella ha de reflexionar en que sí la queremos mucho. Aunque creo que hay algo de conveniencia en nosotros.
A mí me gustan sus rabietas, porque después para contentarnos, ella se desvive preparando unos antojitos que ¡mmm! O mi papá nos lleva al café de chinos, a una taquería o a comer pizza. Ella se siente una reina, por supuesto, y ordena a los meseros cómo deben servirnos. Todos la consentimos gratamente y nos sentimos alegres.
No sé qué sería de Maruca sin nosotros... aunque con justicia, sería mejor decir: ¡No sé que sería de nosotros sin Maruca!


AMIGOS

No cabe duda de que cuando uno estima a alguien se realizan los más grandes sacrificios con tal de que los lazos de la amistad perduren y se acrecienten.
Con frecuencia me he considerado un poco egoísta, pero cuando sé que alguno de mis amigos se encuentra frente a un problema, hago todo lo posible por ayudarlo.
Desde pequeño, Amado, Daniel y Francisco han sido casi como mis hermanos. Cuando niños no había día en el cual no jugáramos hasta fatigarnos. Crecimos juntos, hemos ido a las mismas escuelas y nada hay que nos ocultemos. Siempre nos consultamos los unos a los otros. La dificultad de alguno es una dificultad para todos.
Cada uno de nosotros hemos afrontado las más diversas situaciones y hemos procurado no separarnos. Hoy comprendo mejor que nunca antes, el porqué de que exista alguien fuera de la familia que nos comprenda, que tenga nuestros mismos dilemas, nuestras mismas inquietudes, que lo sintamos como nuestro igual. Alguien en el cual podamos confiar y decirle nuestras incertidumbres. Alguien bajo cuya mirada amable surjan cada una de las alegrías, de los disgustos, de las esperanzas, de las decepciones que en instantes nos invaden.
Francisco muchas veces me lo dijo, aunque yo no sabía en aquellos momentos qué contestarle y mucho mejor aconsejarle. Sólo acertaba a repetir alguna que otra advertencia inculcada en mí por mis padres, Maruca o mis maestros. Todo era en vano. No lo convencía. Estaba dispuesto a huir de su hogar. Ya no resistía según él, la vida que llevaba al lado de su padrastro. Insinuó que lo odiaba. Aún no acierto a comprender la causa por la cual no se sentía a gusto en su casa. Don Isidro, su padre político, era muy bueno. Lo veía como si fuera su hijo verdadero y a pesar de todo se encontraba descontento.
Hoy supe que se fue. Lástima. Ojalá que nada malo vaya a sucederle. Si pudiera saber el lugar en donde se encuentra, iría a platicar con él para tratar de convencerlo de su comportamiento inadecuado. Lo único que me da coraje de verdad, es que vaya a buscarse otros amigos y nos deje. Pero en fin.
Amado y Daniel no lo saben aún. Creo que cuando lo sepan se harán las mismas preguntas que yo, sobre la manera de proceder de Francisco. Y es posible que hasta vengan a visitarme para que juntos planeemos la forma de encontrarlo y lo podamos reintegrar a su vida familiar.
A ver qué pasa...


VECINOS

¡Caramba! ¡Qué suerte la de la familia Godínez! Jamás lo habrían pensado. Hacerse ricos de un día para otro. ¡Increíble! Ahora los cobradores ya no tendrán razón para molestarlos con la frecuencia acostumbrada.
Hace días ni sospechaban lo que les iba a suceder: Sacarse la lotería. Al fin sus preocupaciones se alejarían por bastante tiempo. Las deudas acumuladas durante meses para la solución de lo apremiante, quedarían eliminadas. Ya nadie osaría despertarlos tan de mañana sólo para decirles unos cuantos insultos gratuitos y mucho menos para insinuarles un próximo embargo.
Me da gusto por Norma y por Félix. Al fin podrán tener lo que tanto les ha hecho falta: Ropa, zapatos, útiles y alguno que otro lujo. Sin embargo, siento un poco de tristeza, mas no por envidia, sino porque al mejorar su posición económica se irán del barrio a una colonia de ricos, con calles silenciosas y mejor trazadas, y se olvidarán de mí y de los del barrio.
El papá de ellos es un hombre adusto. Jamás platica con nadie y eso le ha ganado cierta fama de orgulloso entre los vecinos. En el fondo es muy bueno. Su nobleza llega a tanto que cuando le quitaron el trabajo en la oficina donde laboraba, con tal de que nada faltara en su hogar, consiguió empleo de chofer. Antes había sido gerente de la compañía en la que prestaba sus servicios y de la cual fue despedido con gran injusticia después de haber trabajado en ella más de veinte años. De ese momento procede la mayoría de sus males económicos, los cuales no lo han hecho desesperar gracias a la comprensión de doña Mónica, su esposa. Compañera magnífica de penas y tristezas.
Ahora, tan ricos como son, ya no tendrán más problemas o... ¿quién sabe?. Dicen que el dinero todo lo pudre.


ANIMALES

Muchos regaños me ha costado el afán por tener en casa animales extraños. Los encuentro en el jardín, en la calle y en ocasiones no sé ni dónde. Me gusta cuidarlos y me fascina contemplar su comportamiento. Ha habido momentos en los cuales me ha preocupado este deseo coleccionista. No le doy una explicación lógica. Por más que quiero evitar este gusto, para mí tan placentero, no puedo. Es una extraña vibración que recorre mi cuerpo. Gozo con esta vehemencia por conocer la Naturaleza, por convivir con ella, por palpar cada instante de la existencia de quienes la constituyen. Es una ansia inconmensurable por saber cómo nacen, cómo crecen, cómo se reproducen, cómo mueren. Lo que nos dicen en Biología, pero que no comprendemos bien...aunque los maestros se esfuercen. Siempre hay algo como que...Parece que tuvieran miedo de decirlo. Es tan natural y sin embargo...
Cuántas reprimendas he merecido por llevar a casa las más diversas variedades de animales. Del repulsivo al hermoso, del gracioso al detestable, del pequeño al enorme. Desde que era niño (ya no lo soy), me encantaba observar el crecimiento de los renacuajos, verlos convertirse lentamente en ranas hasta emerger del agua.
Una innata curiosidad me ha embargado siempre. Quisiera conocer todo lo que me rodea. Saber de la vida conocida y desconocida, de la misteriosa y de la diáfana. Pocas veces en la escuela nos enseñan lo que nos interesa. Y siento tanta inutilidad en algunos aprendizajes. Bueno, al menos por el momento, pero si supieran...
Mi madre me ha llamado la atención respecto de mi terquedad por llevar irracionales a casa. Sin embargo, yo no le digo nada ni a ella ni a mi padre cuando invitan a sus presumidos amigos que siempre, cuando tengo el disgusto de saludarlos, me salen con la misma exclamación: ¡Pero qué grandote está su hijo! ¡Tan chiquito que estaba! ¡Qué muchachote! ¿Es éste aquel niñito? ¡Cómo pasa el tiempo! Inconscientemente me rebelo y pongo una cara de furia en contra de las visitas que para mí son el símbolo de la tontería.
¿Y qué estudia? ¿Y qué hace? ¿Y qué le gusta? ¡Bah! Pregunta tras pregunta y cada una de ellas para que vaya el receptáculo de cuentos y chismes que llevan y traen de casa en casa. ¡Qué gente!
En cambio yo que quisiera tener un ratoncito blanco como mascota, no me lo permiten. Me regañan. Me gritan. Ni un insecto cualquiera porque sienten que les va a dañar. Tengo que conformarme con lo mismo de siempre: Un gato o un perro. Son bonitos, sí, pero ellos me atrajeron cuando era pequeño, ahora ya no tanto. Deseo conocer la vida de nuevos animales. Tener un hormiguero, un murciélago, peces de distintas especies, ranas, un tigrillo, una cuya, una viborita... o de perdida pájaros, o un halcón, o gallinas, o caballos, o una colección de mariposas... o... Hay tanto que quisiéramos saber y nos lo evitan.
Por eso, si me dejaran... Haría de mi casa un curioso zoológico en el que tuviera las más raras y extrañas alimañas, inclusive a los amigos de casa...


JUGUETES

¡Cuán pronto pasa el tiempo!... Hoy cumplí dieciséis años. Volaron como un sueño los días de mis alegrías infantiles y no deja de ser un poco triste el recordar que uno ya jamás volverá a la niñez. Sin embargo, se abre un amplio panorama... en momentos oscuro... en otros muy claro. Lo que hasta hace poco no podíamos tener, ahora lo conseguimos con más facilidad. Bueno... relativamente. Llegamos a casa hasta las diez. Platicamos un rato mayor con los de la palomilla. Permanecemos unos momentos con las chicas, porque de improviso nos hemos fijado en ellas... ¿por qué? ¿Será por...? Quizá...
Es además, prestigioso decir a las muchachas que se va en tercero de secundaria y dejarlas entusiasmadas con nuestras aventuras (aquí entre nos, a veces imaginarias) para que nos consideren importantes. Con algunas, a veces se sobrepasa tal afición y nos andan siguiendo para que las conquistemos...
Sé que soy muy frívolo... sin serlo... Sé que hablo más de la cuenta y que ando molestando a las chicas sin lograr mis objetivos... Aumento mis anécdotas. Las hago parecer grandiosas... aunque no lo sean... Ignoro el motivo de mi comportamiento. Acaso será por un afán interno de impresionar... ¿Quién sabe? Algún día lo sabré.
Volviendo al recuerdo de los días infantiles, me vienen a la memoria los juguetes que tuve. ¡Cuántos momentos agradables me hicieron pasar! La caja de soldados de madera que tanto me duraron, los autos de carreras con los que me afanaba en ganarles a mis amigos cuando jugábamos a las diez mil millas que no pasaban de cinco metros, pero que a nosotros divertían como nadie. Y el balón de fútbol, y el trompo, y el balero, que por cierto nunca pude aprender a manejar muy bien, y el yoyo, y las canicas, hasta los huesitos, causas frecuentes de serias y fuertes disputas que en más de varias ocasiones terminaron en unas cuantas bofetadas, con uno que otro puntapié de contrabando.
Ahora ya no necesito ninguno de aquellos artefactos. Me sirvieron una vez y cumplieron. Por eso se los regalé a mi primo de ocho años. A él sí que le hacen falta.
A mí no. Yo ya soy un hombre hecho y derecho; destinado a mejores diversiones: Ellas...


EN UNA MAÑANA

El siglo XXI es el de las vertiginosidades. La manera pausada y aburrida de otros tiempos ha cambiado. Hasta para despedirse ahora se hace con mayor rapidez: “Chao”, “Bai” y una plática, una visita, un encuentro casual o una entrevista se termina tan pronto como comenzó.
Lo que sí no ha variado es la pereza. Yo me acuso de padecer este defectillo que, de no controlarlo, me va a causar algún día cierta dificultad por impuntual.
Ayer, cuando sonó el despertador, hice el intento por levantarme con prontitud, pero sin saber por qué, volví a caer nuevamente al lecho. La mañana estaba nublada. Una finísima lluvia acariciaba los edificios de la ciudad y un viento frío soplaba azotando a los pobres arbustos del jardín cercano a casa.
La noche anterior había ido a la fiesta de Rosa. Sus quince años. No sé aún cómo se les fue a ocurrir hacerla en domingo. La hubieran dejado para el sábado. Pero no. El resultado no se hizo esperar: Me quedé dormido el lunes siguiente y llegué tarde a la escuela.
Ignoro cuánto tiempo el sueño me venció, pero al volver a abrir los ojos, el reloj marcaba las siete y media. Asustado me levanté y me vestí como pude. Me puse los calcetines al revés. Salí volando... Creo que ni avisé a mis padres... Las escaleras se me hicieron pequeñas... Ya en la calle me dirigí hasta la esquina para tomar el primer autobús que pasara, bueno, el primero que me dejara cerca de mi secundaria, por cierto, no muy lejos situada, pero cuya distancia crecía cuando descuidadamente gastaba lo del pasaje de regreso a la hora de la salida, invitando un helado a alguna muchacha... y a los amigos que me acompañaban... (No sé por qué así siento mas valor de estar con ella) y tenía que volver a pie.
Tuve suerte. El ómnibus pasó de inmediato... sólo que al subir, como lo hice tan bruscamente, y no por mi causa, sino porque el conductor casi no hizo parada, se me cayó el libro de Matemáticas. Ni modo de bajarme a recogerlo porque...
De pensar en la regañada que la prefecta me pondría por llegar retrasado, se me ponía la carne de gallina, así es que me conformé.
No obstante, algo me protegía esa mañana. El chofer conducía veloz el transporte. En el fondo iba implorando que no se me hiciera más tarde. Bueno, más vale tarde que nunca... yo solo me reconforté.
Llegué en punto de las ocho... sano y salvo... con un libro de menos... un susto de más... y más o menos... ¡Y todo para qué!... El profesor de la primera hora no fue a clase. Se reportó enfermo.
Sin embargo... ahora que me acuerdo... ayer lo vi en la fiesta.


FIESTA

Lancé una que otra broma, reí, bailé y creo que hasta canté... ¡Y pensar que no quería ir! ¡Cuánto hubiera perdido! No tenía muchas ganas... ni traje...
Se lo había dicho a Maruca. Anda... llévalo a la tintorería. Si no... no podré... Es la primera vez que Rosa me invita... No debo despreciarla. Recuerda que necesito ir bien presentado. Tú misma me has dicho que como te ven te tratan... No quiero que al verme en fachas me traten como a un mendigo.
Maruca me respondió que no tenía tiempo. Me dio coraje. Fui a decírselo a mamá... Más valiera no habérselo comunicado. Ordenó que fuera yo... ¡Qué rabia! Con la pena que me da ir... ¡Y con bultos en la mano! Las muchachas nada más se fijan en uno para burlarse... Los malhoras de mis amigos silban... y bromean...
En una ocasión cuando tuve que ir por el mandado, regresé sin los huevos y sin las verduras que me habían pedido. Me di de trompones con un idiota que se atrevió a vacilarme. Me miró con ojos burlones. Le dije que si era o me parecía... Así comenzó todo. Yo no soy de pleito, pero me da no sé qué tales abusos. Parece como si a ellos no los trataran igual y hasta peor... Al menos yo no tengo que ayudar en las labores de casa: Ni barrer, ni trapear, ni lavar los trastos... Eso no es para mí...
La fiesta comenzaría a las seis y el reloj marcaba la cinco. Me había desanimado: Ya para qué me arreglaba. Estaba triste. Me sentía triste. Me encontraba demasiado molesto y me encerré en mi cuarto con el firme propósito de castigar a mamá y a Maruca con no bajar a merendar. Las haría sufrir... ¡Mi orgullo, pues qué caray!
Hice el intento por leer, mas no podía. Y por estudiar, pero menos. Ni mi tocadiscos me consolaba. Serían las siete cuando sonó el timbre de la entrada. Escuché voces en la sala. Varios pasos se aproximaron hasta mi recámara... Tocaron... Pregunté... las voces de Mario y de Roberto respondieron. Abrí sonriente. Habían venido por mí. Les dije que no podía. Ellos no hicieron caso a mis obstáculos. Al fin que era una fiesta de disfraces. Una hawaianada, o una niñada, o una lunada, o no sé qué terminado en -ada... No había necesidad de llevar traje elegante. Iría disfrazado. Sonreí... Me puse los pantalones de mi primo, el de ocho años...
Cuando llegamos, nadie se abstuvo de elogiar mi disfraz... Gané el primer premio, porque hubo concurso... y una cita con Dora... ¡Tan linda, tan bella, tan sencilla... y tan grande! Me llevaba tres años... ¡Qué muchacha! Me enamoré. Lástima que me haya dejado plantado...


¡YA NO LO VUELVO A HACER!

Desconozco la causa por la cual he sentido en estos días un hambre atroz. Cuando llego de la escuela quisiera devorar cualquier alimento a mi alcance. No encuentro el motivo... Si no comiera bien… quizá lo habría, pero...
En la secundaria, y entre clase y clase, soy un asiduo visitante de la cooperativa... Dulces, tortas, refrescos... ¡Todo! Todo quisiera consumir. Por la mañana, antes de ir a los estudios, almuerzo más que mejor y por la tarde al regresar, parece entrar una fiera en la cocina.
Sin embargo, no me agradan ciertos alimentos, esos cuyo nombre de comestible debía cambiarse a aborrecible. ¡Uf! ¡Las verduras! Son muy nutritivas, dicen, pero la mera verdad las detesto y máxime cuando están hervidas. ¡Y la sopa! ¡Ah! Sólo la tomo para evitar el eterno regaño a la hora de comer....
Pero ahí afirman que quien por su gusto muere hasta la muerte le sabe y casi, casi, esto iba a cuajar conmigo a la perfección. Sucedió que cené más de la cuenta...
Maruca había hecho un excelente guisado de carnero... ¡Cuánto me había encantado! La felicité...
Por la noche, después de haber platicado y bromeado con los amigos, de haber vacilado con las muchachas y haber ensayado con nuestro recién formado conjunto musical algunas melodías de moda... (Con un crayón... con un crayón... dibujaré un corazón... Con un crayón... con un crayón... dibujaré un corazón... corazón... corazón... zon... zon...zon... con un crayón... con un crayón.. en mi cuaderno... en mi cuaderno... de Español… de Español...) llegué a casa... El hambre era la de siempre... y me harté... Al otro día no pude levantarme.
¡Era domingo! ¡No había clases! Yo me encontraba padeciendo unos terribles y nunca sentidos retortijones. Cada vez que venía uno, la respiración se me cortaba... Y al poco rato de ese... otro... y otro... y otro... hasta que... llegó el médico. Recomendó que no comiera tanto por las noches y que mis alimentos fueran nutritivos. ¡Nada de antojos!
Como nunca antes lo había hecho, tomé la medicina sin refunfuñar. ¡Qué chasco de domingo! ¡No podría pasear por Chapultepec con Corina! ¡Ni modo! Se me ocurrió componer una canción, con suerte pegaba y me hacía famoso… y me compraba un auto deportivo para conquistar muchachas. Decía así: Me duele el estómago... Me duele el estómago…porque me hiciste enojar... porque me hiciste enojar... porque me hiciste enojar... Me duele el estómago... me duele el estómago... ya no lo vuelvas ha hacer... ya no lo vuelvas a hacer...¡Ay, ay, ay! ¡Aaaaayyyy!


¡SUSTO!

Por más que hacía el intento de recordar, no podía. Ignoraba el sitio en el cual había dejado mi libreta de notas. Por ello me preocupaba. Siempre he sido un poco distraído, pero en esa vez había llegado al colmo. Tal vez alguno de mis compañeros la había escondido con el fin de azorarme y mofarse luego de mí. Mas si eso hubiera sucedido, antes de salir de la secundaria me la hubiesen entregado.
En ese cuaderno tengo infinidad de apuntes. Los más variados temas y las más diversas anotaciones están escritos en él. Siempre que hay un trabajo extra para alguna clase o algo que yo considero importante, ahí lo apunto. Hasta versos dedicados a... ¡Versos! ¡Ah! ¿Por qué no lo había pensado antes? ¡Jijos! De veras... Ojalá que no haya caído en manos de Rocío... Me daría mucha vergüenza... y máxime si ella se lo dice a los muchachos... Me pondría en ridículo... ¡Todo por embustero! Les dije que me le había declarado y que me había aceptado... y lo peor de todo... es que... presumí de haber terminado con ella a los dos días siguientes... castigándola...
Hoy me levanté muy temprano, sin que hubiera necesidad de que mamá me despertara. Casi no desayuné. Corrí inmediatamente hacia el colegio. Mis padres quedaron sorprendidos. ¿Qué era lo que me movía a desear estar lo más pronto en la escuela? Ellos lo ignoraban, pero dentro de mí sentía que el corazón luchaba por salir de mi cuerpo. Con lo que me había sucedido en el día anterior bastaba; percance que estaba a punto de romper con mi prestigio... Llegué a la secundaria con una prontitud jamás vista.
Había muy pocos, pues era muy temprano. Por más que trataba de disimular mi nerviosismo no podía. Me paseaba de un lado para otro, sin perder de vista a los que iban entrando. De improviso vi llegar a Rocío... Sentí como si un algo helado... o caliente... hubiera llegado a mi estómago. El corazón me latió con más fuerza y armado de valor, sacado de no sé dónde, me dirigí a saludarla. Me preguntó sobre la tarea que el profesor de Matemáticas había dejado y que por cierto se me había olvidado hacer. Sonreía.. y su sonrisa parecía ser de burla. Ante tal actitud creo que me puse más que colorado y las manos se me humedecieron. Sudaba... Quería preguntarle sobre mi libreta, interrogarla para ver si sabía algo, si alguien le había dicho que... pero no fluían a mis labios las palabras.
Rocío me veía con extrañeza y quiso enterarse de lo que me pasaba. Lo único que acerté a decirle entre mi rubor fue que me encontraba nervioso porque no había traído resueltas las ecuaciones que nos habían dejado y como parecía no sospechar nada, me puse más tranquilo...
Pronto la escuela se llenó. Tocaron para entrar a clases y en medio de un inmenso murmullo las aulas nos diluyeron.
Durante todas las horas no atendía a las explicaciones de los maestros. Sólo luchaba por recordar... por recordar... pero nada...
Cuando regresé a casa, me llevé una gran sorpresa. Sobre la mesa del comedor se hallaba la libreta desaparecida. Me hice sonrisas y la tomé como si no me preocupara...
Fui hasta la cocina en donde se encontraba mi madre y le avisé de mi arribo... Ella me saludó sonriente, con una mirada dulce y comprensiva...


PESADILLA

Parecerá muy gracioso, pero no obstante mis añitos, anoche como a las dos, desperté asustado, temblaba. En aquel momento todo lo que me rodeaba parecía ser maléficas y amenazantes figuras. Al menos eso creía. En cualquier lugar imaginaba contemplar algo sobrenatural: Un espectro insólito, un fantasma burlón o un esqueleto aparecido...
Y todo porque...
Soñé que andaba perdido en un bosque de árboles altísimos y de extrañas veredas. La noche se acercaba y a cada momento se iba acrecentando un enorme pavor dentro de mí. De vez en cuando escuchaba los chillidos de las bestias salvajes o de las aves nocturnas y una angustia indefinible me devoraba. Intentaba caminar, correr, huir, pero no podía avanzar un paso siquiera; la oscuridad se volvía a cada momento más intensa y algo como bruma me cegaba.
De improviso, en medio de aquella penumbra, vi a lo lejos una pequeña luz que titilaba enfermizamente y un gesto de alivio surcó mi rostro. Respiré satisfecho y proseguí con mi andanza. Los árboles semejaban diabólicas e insospechadas siluetas. Sus ramas como enormes garras que desearan aprisionarme, se extendían hasta mi cuerpo y lo desgarraban.
A cada uno de mis pasos... la tierra se agrietaba. La tierra que en hondo y lastimero quejido me reprochaba algo que yo desconocía...
Después de andar por grandes tramos, sin andar, la misteriosa luminosidad que me guiaba desapareció. Dentro de mí un sopor molesto comenzó a invadirme. Era como si un amontonamiento de imágenes jamás presentidas me rodeara tratando de hacerme caer. Un profundo miedo me carcomía por lo ignorado; era una congoja por no sé qué presentimiento...
Sin darme el tiempo necesario para razonar, una niebla infinita y espesa cundió el oscurecido panorama. La negrura se intensificó, todo se hizo más confuso... Nada lograba ver...
Y sin margen para prevenirme ni defenderme, una muchedumbre deforme giró a mi alrededor. Iba y venía; venía e iba. Sus sombras se separaban y tornaban a encontrarse, se estrechaban y se alargaban; hacían muecas y lanzaban al unísono gritos escalofriantes e incomprensibles...
El escándalo creció y creció, hasta ser insoportable. Me sentí mareado, débil y caí... La tierra no era tierra; era como si flotara en un espacio sin dimensiones...
Casi desmayado, sin fuerzas, sin poder incorporarme, me percaté de su acercamiento. Sus rostros desfigurados y monstruosos me parecían conocidos, como si ya los hubiera visto antes… en otras partes... en otros lugares... Cuando llegaron hasta donde me encontraba desfalleciente, me levantaron entre gritos y me arrojaron no sé a dónde. Sólo escuchaba confundirse entre un remolino vertiginoso, risas y más risas, como burlándose. Un viento candente me abrasaba y llagaba mi cuerpo... Yo intenté gritar, pero no pude. No tenía voz, la voz necesaria para ser escuchado, para ser escuchado siquiera en mi dolor, en un dolor que nadie comprendía.
Cuando desperté, medité muchas cosas... Prometí otras... y aunque el pánico todavía se desparramaba por mi ser, me cobijé nervioso hasta la cabeza y me volví a dormir.
(Jamás vuelvo a ir al centro de la ciudad) pensé. Y me quedé como si nada...


BERMELLÓN

Hoy la volví a ver... No supe qué responderle cuando ella se acercó a saludarme. Creo que me puse muy, pero muy rojo... Hubiera querido desaparecer en esa hora.
Hacía como seis meses que la había conocido en un baile organizado por mi grupo de la secundaria. La fiesta era en casa de Luisa. Sus papás le habían dado permiso para que allá se efectuara el alegre acontecimiento, suceso que a todos había sacado de quicio hasta el grado de no poner atención a las clases por estar soñando despiertos en el dichoso día.
Cuando arribó el momento, la euforia juvenil no se hizo esperar. Desde el instante en el cual comenzó la reunión, nadie dejó un segundo de bailar. Hasta los más tímidos de nuestros compañeros no cesaban en sus brincos rítmicos. Al bailar sentíamos un desahogo a una inquietud desconocida. La música era moderna y ágil. Muchachos y muchachas parecía que nunca jamás volveríamos a tener una fiesta semejante y tratábamos de dar rienda suelta a nuestras habilidades de bailarines.
Había varios invitados y entre ellos se encontraba la prima de la anfitriona, cuyos atractivos se notaban de inmediato. Sus cabellos lacios y rubios caían ondulantes sobre sus hombros. Su rostro armonizaba a la perfección con su cuerpo de agilidad asombrosa y gracia sin par. Su mirada azul, penetrante, picaresca y dominadora, se movía impulsada por la alegría de la música. Ni un minuto había descansado.
Desde que la vi, me pareció la más hermosa de las muchachas que hasta entonces había conocido. Inmediatamente me dirigí a donde se encontraba y tímida, pero gallardamente la invité a bailar conmigo. Ella aceptó en seguida. Yo me sentí orgulloso de bailar con la chica más guapa del lugar. Los compañeros me miraron con cierto aire de envidia. Esto me producía una satisfacción inefable...
En un principio nada platicamos; únicamente nos concentramos en movernos eufóricamente al compás de las vertiginosas melodías. En cuanto fuimos tomándonos confianza, iniciamos diversas conversaciones sobre distintos temas. Hablamos de sus gustos, de sus estudios, de sus aficiones, de su casa, de su prima.
Yo me sentía feliz... Creo que ella también. Tal vez hubiera aceptado en esos momentos ser mi novia, pero por los nervios que casi me traicionaban no pudo ser. La invité para que al día siguiente fuéramos a Chapultepec. Ella aceptó gustosa.
Cuando aproximadamente a las diez de la noche terminó la fiesta y la mayoría comenzó a retirarse, ratifiqué mi invitación galante a la güerita. Ella confirmó.
Salí contentísimo por mi probable conquista erótica. No sentí siquiera levemente el viento frío que soplaba a esas horas. Sólo pensaba en ella y en la cita (También en la cara que pondrían mis compañeros al verme triunfador).
Lástima que no pudo ser... Si hubiera conseguido a tiempo el dinero para costear los gastos de la galantería, quizá... Mi papá me iba a dar, pero como le dije para lo que era, me lo negó. Insinuó que si deseaba dinero para eso, trabajara. Mamá no tenía. Nadie de mis amigos quiso prestármelo... y a la mañana siguiente, con mucha ira... la dejé plantada...
Por eso hoy que la volví a ver, sentí por primera vez vergüenza de mi informalidad...


CANDENTE

Los compañeros de la secundaria hablaban con tanta frecuencia de aquello, que habían despertado en mí una intensa curiosidad por conocerlo. Hasta entonces no me había preocupado en demasía, pero... de improviso... como si algo hubiera explotado en mi interior, me vinieron unos inmensos deseos de lanzarme a explorar los sitios que se dicen prohibidos para nosotros... aunque luego... algo inexplicable me contenía. Únicamente me quedaba con un inmenso temblor interno al sentir en lo más hondo de mi ser, confundido, uno como miedo inefable...
Algunas veces, apenas oscurecía... salía de casa con el fin de vagar por los nebulosos callejones de los barrios incitantes... Y peligrosos. Caminaba calles y más calles observando... estudiaba la expresión de los rostros, me fijaba en las maneras de vestir y de caminar. Algo no conocido me invitaba a descubrir lo que hasta entonces nada me había importado. Una impetuosidad insólita y misteriosa acrecentaba la curiosidad que mi espíritu experimentaba por saber lo que acontecía entre las sombras de la noche...
Y las mujeres pasaban a mi lado...
Sentía un placer indescriptible cuando contemplaba a los individuos que defendidos por las sombras de la noche daban rienda suelta a sus deseos reprimidos... y libidinosos... Hombres que se introducían sobrios en las cantinas desparramadas a lo largo de las calles. Mujeres que invitaban a los transeúntes a compartir los encantos de ellas mediante ínfima remuneración. Parejas cuyas siluetas se dibujaban en las esquinas, en los rincones, en los zaguanes y en las bancas de los jardines...
Yo contemplaba todo aquello con ojos azorados. Mundo ignorado hasta entonces para mí... el de la niñez pasada entre juegos ingenuos e inocentes. Mundo extraño para la mirada de un adolescente que jamás había visto ni sentido las morbideces que siguen a cada día... Y algo me impulsaba a dejarme fluir por esos deseos...
El caminar por esos rumbos, si no fascinantes al menos novedosos, venía a satisfacer mi ansiedad por saber el mundo que me rodeaba y que tantos enigmas me acumulaba a cada momento. Sentía una ardicia indescriptible por compartir mis emociones con alguien... no sé si de mi edad o qué... Alguien a quien poder comunicarle aquellos estremecimientos que se producían en el fondo de mi ser para intentar darles una explicación, tal vez falsa, pero que sería un alivio para mis curiosidades...
Cierto día, envalentonado, me aventuré, apenas oscureciendo, a ir a los lugares que mis amigos mencionaban con tanta frecuencia... insinuándome para que fuera... y donde encontraría la experiencia faltante...
Llegué a una casona escondida en el fondo de un callejón sucio y maloliente, de la cual me habían informado varios de mis compañeros. Y sentía forjarse en mí, un corazón inconmensurable. Estaba a punto de mi primer encuentro con la carne.. y latía... latía...
Yo me encontraba disfrazado de atrevimiento, aunque en el fondo me invadía un pánico aterrador... Las piernas me temblaban... Era algo insentido... sin sentido... como un arrepentimiento premeditado... o preestablecido.
Mis compañeros de mayor edad que yo, habían ido a visitar esa casa... “Nos trataron muy bien...” Me afirmaron... Y por ello quería mostrar una aparente serenidad. Sudaba...
Una anciana abrió... Con aire de vergüenza le dije a lo que iba... Ella abrió lo más que pudo los ojos y me insultó. De un portazo cerró furiosa. Algo gritó... Quedé frío... Me di cuenta entonces de mi error. Sentí un inmenso coraje en contra de los muchachos. Me habían bromeado. Apuesto a que ni ellos conocen aún la clase de mansión recomendada. Sólo para presumir... Volví a casa como quien ha fracasado. No resistí más...
Al día siguiente mis compañeros me preguntaron burlescos que si ya había ido al sitio que me habían encarecido... Dije que no... (“Fui a otro mejor...”) Les di la dirección. Prometieron ir...
Mi padre desde hace poco, me ha hablado del despertar fisiológico... En un principio me dio pena... Ahora, guiado por él, he comprendido muchas cosas... del hombre... de la mujer...
Hoy... mis compañeros, no sé por qué, me dijeron que era yo un vengativo... Puse cara de ingenuo ante tal afirmación...


AMOR

No sé cuándo comenzó. Fue sin saber cómo. Era una más de las nuevas sensaciones que confundían mi alma. En sus inicios parecía mostrarse como un temblor que invadía mi cuerpo y poco a poco se tornó en algo que jamás había experimentado.
Y en la serie de tonalidades nunca sentidas por mí, surgían a cada instante extraños pensamientos. Era la aparición de un algo indescriptible, confuso. Era como si un gigantesco laberinto me enredara. En ocasiones sentía una profunda angustia, en otras una emoción sin medida. Era un placer sin límite. Era un dolor sin fin. Era una ansiedad sublime. Era como si una larga ausencia regresara...
Mucho había oído hablar del amor. Yo inclusive presumía de conocerlo a la perfección en todos sus matices. Y me pregunté si aquellas novedosas vibraciones eran de lo que tantas veces me había ufanado. Mas si lo era... ¿Por quién? Ni yo mismo lo sabía... ¿Amor? Me interrogaba. ¿Amistad? Tornaba a inquietarme. ¿Sexualidad? ¡Lo ignoraba! ¿Qué eran esos instantes en los cuales me sentía dichoso, como con una nueva energía, o dolorido, como con una inmensa tristeza? ¡Cuánto hubiera anhelado que en aquellos momentos alguien me hubiera revelado el enigma de mis latencias! Las palabras de mis padres o de mis maestros no embonaban con esta extraña búsqueda de entrega.
En cada una de las muchachas que conocía trataba de encontrar a la que así me había hechizado. Mas por qué hasta entonces... Antes, mucho antes de ser lo que ahora soy, la única importancia que les atribuía, era la de jalarles los cabellos y hacerlas desatinar. Pero ahora, de improviso, descubrí que en ellas se encontraba oculta la otra parte de mi propia incógnita. Y tuve mi primera pretendida, y mi primera novia, y mi primer beso. Inocentón experimento sin malicia. Y luego... más novias y más besos. ¿Qué extraño nuevo mundo se iba descubriendo ante mis búsquedas adolescentes? A cada caricia sentía crecer mis emociones y principiaba a dominar mis impulsos y mis inquietudes; mis miedos y mis iras. Cuando alguna me dejaba para ser de otro, aunque lloraba (no siempre), controlaba cada atisbo de furia y de humillación. Buscaba otra y otra , y otra, y muchas... (bueno, tres nada más...) Con los amigos me ufanaba de mis conquistas, algunas ficticias. Mentirillas de conquistador. Y después de una, la siguiente. Nada controlaba mis impulsos amatorios. Platicaba con mi futura novia primero, después caminábamos largo rato y... o la llevaba a su casa o la acompañaba a tomar su transporte. En más de dos años he realizado grandes aprendizajes en esta materia de la vida... aunque no he quedado satisfecho...
Siento que falta algo mejor. Y aún hasta estos días... No sé qué será. Tal vez lo que me ha fascinado de mis amigas no ha sido el atractivo propio de ellas, sino la emoción de sentir el amor... el amor... el amor... Palabra extraña que todavía no acierto a explicarme bien, que se confunde con la amistad y con lo puramente biológico... ¿Hasta cuándo podré saber lo que en realidad es? No encuentro la diferencia entre tantos conceptos...
¿Por qué me enfurezco cuando alguna me ha traicionado? ¿Será amor?... Pero lo mismo me acontece cuando alguno de mis amigos me hace alguna trastada. ¿Será la amistad? ¡No sé! ¡Qué confusión!...
Mas no importa... ¡No importa! Dentro de mí palpita una inmensa alegría por vivir y por amar; una felicidad que me fecunda y convierte cada uno de los instantes de mi existencia en dulce espera. Interno goce que me hace vibrar intensamente para exclamar en mis silencios: ¡Yo, amor! ¡Amo! ¡Yo amo al amor...!


¡INJUSTICIA!

Desde muy temprano la vi vendiendo flores. Era una viejecita de facciones indígenas. Humilde. Su rostro patético mostraba todo el sufrimiento de su constante lucha en contra de la iniquidad de cada día. Sus manos, temblorosas de arrugas, dejaban ver las callosidades producidas por el arduo trabajo en el campo.
Cargaba a sus espaldas, además de sus años, una enorme canasta en la que lucían su hermosura los adornos de la primavera. Llevaba azucenas, margaritas, rosas, claveles, alcatraces, gardenias. Parecía un aromático jardín ambulante.
Y la anciana pregonaba la venta de sus productos naturales, y su voz, fatigada y débil, intentaba vencer el escándalo que producían los automóviles y los autobuses en su ajetreo cotidiano. Alguien, desde una tienda que había a lo largo de la calle, la llamaba para comprarle algunas docenas de su perfumada mercancía. De vez en cuando, una mujer o un hombre la detenían para preguntarle el precio de las flores. Y le compraban, después de haberle hecho regateos llorones y haber logrado que la viejecita rebajara el precio. Luego, muy contentos, alegres, radiantes de su triunfo comercial, los clientes se alejaban del lugar hasta perderse entre la balumba citadina, sin percatarse siquiera de que lo ganado por ellos al regatear unos centavos, había sido a costa de la anciana, porque los diez, o veinte, o cincuenta que hubieran sido ahorrados aparentemente, los gastarían en cualquier golosina, mientras que la vendedora, tal vez sin nadie en el mundo, tendría menos posibilidades de alimentarse bien o de vestirse como quizá alguna vez en su juventud anheló.
Y la viejecita guardaba en una pequeña bolsa de manta el dinero de la venta. Procedía a colocarla en su seno, como temerosa de extraviarla... La anciana, después, seguía con sus pasos, y con sus voces, y con el sol que requemaba su piel, piel que a pesar del tiempo, aún continuaba marchitándose, como las flores que vendía.
La buena florera prosiguió por las calles ofreciendo sus olorosas mercancías. De pronto, entre el amontonamiento de vehículos, surgió uno que fue a detenerse cerca de la anciana. Bajaron de él tres hombres uniformados y llegaron hasta ella. La viejecita no hizo nada. Los individuos le gritaron, la amenazaron, le arrebataron el canastón de flores, la tomaron de los brazos y la jalonearon para llevársela hasta el automóvil de placas federales. La anciana se había puesto pálida, sus manos y sus labios temblaban, no sabía qué hacer. Sus cansados ojos llenos de espanto se inundaron...
La gente contempló curiosa aquella escena. Algunos protestaron: “¡Déjenla! Es una ancianita. No hace daño a nadie. ¡Desgraciados!” Pero los hombres de uniforme no hicieron caso.
Yo hubiera querido convertirme en esos momentos en alguien poderoso, en alguno de esos héroes o qué sé yo, que aparecen en el cine y en la televisión defendiendo a los desposeídos.
Corrí con todas mis fuerzas hasta el lugar del hecho. Una furia inmensa me invadía... Destrozaríales la cara a aquellos desdichados...
Cuando llegué, el vehículo había partido. La gente comentaba, murmuraba, gruñía y entre aquel marasmo de palabras... de voces... algo empañó mi vista... mis puños se apretaron en la palma de mis manos hasta sangrarlas... ¡No es justo! ¡No es justo! Repetí para mis adentros... y oprimía con furia los labios...
Al poco tiempo, los curiosos siguieron por sus calles acostumbradas... y yo.,.. regresé a casa con una inmensa y profunda tristeza...


¿PIES... PARA CUÁNDO SON...?

Le dije que no lo hiciera. Le insistí constantemente, pero no hizo caso. Se burlaba. Terminamos a golpes. Lo malo fue después...
Jugábamos al fútbol. Nuestros rostros reflejaban alegrías. Tal vez al golpear el balón descargábamos un poco de nuestra inconformidad ante el mundo. Nos sentíamos satisfechos de hacerlo. Quizá en cada puntapié pensábamos en aquellos que nos habían tratado mal sin motivo alguno y al darle a la pelota sentíamos que les dábamos a los que nos habían escarnecido.
El sudor que derretía nuestra piel confirmaba el agitado goce de un nunca sentido placer. Era una conmoción extraña. Ansiedad engendrada no sé cuándo ni dónde ni cómo, que escapaba a cada uno de nuestros impulsos. Y al correr, y al gritar, y al sentir un anhelado cansancio dejábamos libres todas la iras, decepciones y angustias que nos hacían estremecer y dudar.
Después del contratiempo inamistoso y de haber expulsado del juego al culpable, continuamos. Luego de unos buenos puñetazos me sentí más tranquilo, como si con los golpes hubiera exteriorizado toda mi inquietud. No nos esperábamos las consecuencias. De haberlo sabido...
Dolido por su derrota, nuestro enemigo fue a buscar a la patrulla encargada de vigilar el barrio para acusarnos de nuestras actividades deportivas a media calle. Era un chismoso. Corrió con el cuento y...
Cuando nos hallábamos en plena euforia futbolística uno de los más jóvenes de la palomilla lanzó un grito que mediaba entre el susto, la admiración, la burla y el miedo. ¡Aguas! Y tan sólo con escuchar aquel vocablo imaginamos lo que podría acontecer, si alguno de nosotros fuera atrapado. Primero una reprimenda de parte de los gendarmes. Segundo, la delegación de policía. Tercero, una noche encarcelado por faltas a las leyes de la ciudad. Cuarto, el terrible y aterrante regaño de nuestros padres. Quinto, el pánico latente en cada uno. Nos desparramamos. Si hubiéramos sabido que era un solo agente, no lo hubiéramos dejado hacernos nada. Somos muchos y unidos.. así que... qué nos duran...
Como no imaginábamos esto último, cada quien hizo lo que pudo para huir. Yo fui corriendo a casa y me senté a ver televisión como quien no rompe un plato.
Apenas pasado el peligro, salimos a jugar nuevamente... Pies ¿para cuándo son?... Y corrimos tras la pelota.
Nos desahogábamos, de algo...


DESASOSIEGO

Debía ir hasta el otro lado de la ciudad. Mi padre me había encargado la entrega de unos papeles muy importantes para su trabajo. Sólo de pensar en lo aburrido y largo de la ruta, sentía un desgano indefinible. Me hubiera gustado rebelarme. No obedecer a sus mandatos. Sentía que la hora y cuarto de viaje se me iba a hacer eterna, inacabable. ¡Por qué está tan lejos la fábrica! Gritaba para mis adentros, mas nada respondía a mi enojo.
Antes, el tiempo trascurría veloz y me importaba muy poco, pero ahora, desde hace días, es extraño, siento una descomunal preocupación por cada segundo que pasa y no puedo realizar algo de provecho. Es como si estuviera perdiendo la oportunidad de efectuar beneficios para los demás. Es como si una nueva sensación fuera acrecentándose en mi alma y aumentara la inquietud por ser yo mismo, distinto, diferente… Alguien.
Entre el radiante sol de mediodía esperé el autobús (Si tuviera un automóvil...) Esperé cerca de veinte minutos y nada... El sol irradiaba ensoberbecido sus rayos insultantes. El tránsito que circulaba por la avenida se intensificaba... y el calor... (¡El calor!)... Y el ómnibus que no pasaba...
Al fin, después de un lapso bastante largo, el camión hizo el favor de presentarse. Venía repleto... Ni modo... Si no, cuándo llegaría a mi destino.. Visiblemente molesto subí. Parecía un horno ambulante y una caja de maléficos olores. Hice el intento de suspirar como para conformarme con la situación (Si tuviera un automóvil...)
El camión fue dejando a su paso semiveloz postes, árboles, gente... Sin presentirlo... se enfrenaba y los que íbamos de pie... rodábamos como canicas a un mismo impulso....
Dentro de mí sentía una rabia desesperante. Vi en cada uno de los pasajeros la representación de la vulgaridad... aumentada al unísono de sus pláticas intrascendentes y sosas. Me sentí fuera de lugar. Creí ver en mí a un ser mejor que aquellos que se devanaban en conversaciones nimias y sin importancia. Y como un ensimismamiento sentí una devorante angustia por no estar realizando lo que yo principiaba a considerar de más utilidad: Escuchar música, leer, estudiar, aprender algo nuevo cada instante o conversar con mis amigos para intercambiar experiencias sobre los más variados temas. ¡Esto sí que era importante! (No sé por qué hasta ahora comienzan a preocuparme estas adquisiciones. Antes ni siquiera...)
El autobús siguió su ruta y yo pensaba... y pensaba... y a cada instante se reafirmaba mi desasosiego, mi disgusto... hasta que al fin arribé a mi destino. Cumplí con lo ordenado y ya de regreso... al recordar el sopor del viaje y lo estúpido de las conversaciones de sus pasajeros que como loros repetían chismes amarillistas, decidí caminar.
Desde allá me vine a pie... Era mejor extraviarse entre los asfaltos, entre las tiendas de lucidos o deslucidos escaparates, entre las calles estrechas y amplias, entre los edificios antiguos o modernos... a soportar aquel mundo al que yo no le atribuía ya ninguna razón para existir... ¿Pero cómo cambiarlo? ¿Cómo? Exploraba por dentro y algo como opresión me enrabiaba.
Llegué a casa cerca de las once de la noche...


LOCURA

Domingo luminoso y alegre. Pero...
Después de terminar de leer el periódico (que antes tampoco me interesaba,) me ha quedado otra vez una profunda sensación de tristeza, de enojo, de disgusto y de vacuidad. No entiendo muy bien la razón... Creo que algo de lo que he leído, tan insulso, tan intrascendente, si no es que todo, me ha llegado a lo más hondo y ha abierto puertas inesperadas por mí, para introducirme en la realidad del mundo circundante. Un mundo incomprensible a cuyos pasos se desangran los seres y se destrozan sin compasión, un mundo en el que la falta de comprensión, bondad y amor no existen como debía esperarse; un mundo en el que abunda la hipocresía, la ingratitud, la ambición y el egoísmo. Algo invadió mi espíritu y quedé nuevamente sumergido en una zozobra inimaginada... (Ya comienza preocuparme esto que antes no me sucedía)
Era una sensación de querer realizar hechos inasequibles, de escalar las más abruptas cordilleras hasta llegar a las cumbres más elevadas, de anhelar ser lo imposible para mejorar cada uno de los minutos de este tiempo que me ha tocado vivir. Tiempo vertiginoso y arremolinante, devorador de ilusiones y de quimeras; tiempo despiadado y destructor. Era una agitación por luchar en contra de todos los obstáculos que aparecieran y vencerlos, y destruirlos, y esfumarlos en los recintos más olvidados, en los rincones más escondidos.
No sé por qué... pero me dieron ganas de llorar... y si no lo hice fue porque algo ahogó mi garganta y evitó que mis ojos, en esos instantes empañados por temblorosos brillos, derramaran mi desencanto. Hubiera querido salir de casa y gritar por las calles la injusticia de esta época y al revelarme a mí mismo, rebelarme en contra de los que se ufanan de sus poderes, de sus riquezas y de su astucia. Era el descubrimiento de la realidad, de esa realidad oculta hasta entonces para mí y que ahora se presentaba descarnada, bestial, en todo el amplio panorama de su verdad... ¿Qué me espera en una vida así?
Después de mi delirio pasajero, sumido en mi fracaso idealista, como aquel Quijano el bueno que tanto nos divirtió en la clase de Literatura, sonreí tristemente. Y como un relámpago, espontáneo y estruendoso, surcó por mi cerebro febricitante una idea atrevida, osada: Ser el hombre más poderoso del Universo..
(Si pudiera guiar el destino de los pueblos, si pudiera ser el paladín del mundo, estoy plenamente seguro que realizaría la metamorfosis anhelada… y sería mejor... Sólo una doctrina habría de imperar: La de la comprensión, del respeto y la ayuda mutuos... y me encargaría de recompensar a quienes se esfuerzan y a quienes sufren para ganarse el pan de cada día... Sería un eterno buscador de los que en verdad valen para construirlos en los benefactores del ser humano.)
¡Ah! Si yo fuera...
Domingo: Luminoso y alegre.
Pero...


UN MILLÓN

Cuando pienso en la existencia de seres cuya vida transcurre ante la angustia de no poder lograr sus ilusiones, siento un profundo dolor. Quisiera poder tener la capacidad suficiente para ayudarlos... para darles lo mejor de mí.
Y el corazón me palpita de gozo tan solo con pensar que algún día fuera yo dueño de una fortuna. Muchos exclamarían con presunción su dicha, otros guardarían el secreto para evitar que algunos se acercaran a pedirles algo de sus riquezas, pero yo... yo me dedicaría a obrar con la certeza de que cada una de la monedas empleadas en beneficiar a los demás, serían la felicidad de los hogares sin nada...
Si tuviera un millón y me enfrentara a la oportunidad de ayudar a quienes carecen de lo fundamental: Un pan, un vestido, una diversión, un medio para superarse, lo haría a sabiendas de que estoy cumpliendo con un deber de cada humano.
Mas como no lo tengo, debo conformarme, y ya que no puedo ayudar materialmente a nadie, al menos sí he de ser capaz de brindarles mi apoyo y mi compresión a quienes lo requieran.
Si tuviera un millón... lo emplearía en amar a los demás, en darles lo mejor...
Aún no me explico el por qué de mis pensamientos. El egoísmo, de pronto, me ha ido pareciendo absurdo. Antes hubiera anhelado millones para mí solo, sin compartirlos con ninguno, pero desde que me he dado cuenta que existe miseria, ignorancia, injusticia, humillación, vanidad, orgullo, maledicencia, hipocresía, lentamente he ido cambiando.
Es como si una fuerza desconocida se expandiera fertilizante en cada uno de mis sentimientos; como si al pensar en el dolor eterno de los desposeídos, se ahondara en mi espíritu una ansia interminable de entrega al sufrimiento de los humildes para destruirlo.
Lástima que todo se quede en sueños sin realidad.
¡Ah! ¡Si tuviera un millón...
Sin embargo…
¡Sí! ¡Sí! ¡Lo tengo!
Tengo un millón de ilusiones, de esperanzas, para lograr un mundo diferente, un mundo distinto. ¡El mío! ¡El nuestro...!


BLANCO Y AMARILLO

Sucedió cuando menos lo esperaba. Si hubiera podido adivinar los acontecimientos, tal vez hubiera evitado aquel mal rato que atravesé. No debía afirmar que lo que me pasó ha sido lo más terrible de mi vida, porque sé que existen penas indeseables de verdad y no tan insignificantes como la que a mí tanto me preocupó.
Sé que a veces uno aumenta el valor de las cosas y resultan muy apartadas de lo real. Para muchos no hubiera significado apuro alguno, para otros hubiera tenido la débil apariencia que en verdad poseía, sólo que yo, con esta particular forma de ser que me ha ido invadiendo, me preocupé en demasía... y tanto me dejó impresionado que aún ahora, a más de un mes del suceso, me angustio...
¿Qué iba a hacer con semejante compromiso? No podría vivir tranquilo. Era algo más fuerte que mi propia sensibilidad. Me hería... Cada instante que volaba se incrementaba mi temor. Un pánico desmesurado principiaba a recorrer mi cuerpo. Cada una de mis arterias parecían agitarse al compás de aquel remordimiento: Gigante que crecía a cada minuto y que asolaba mi tranquilidad e impedía la plena lucidez de mi pensamiento. Me ofuscaba. Me estremecía tan solo con pensar en lo mismo... en lo mismo... Por más que intentaba abandonar la presencia de su recuerdo, no lo lograba.
Sentía el pavor carcomiente de aquellos que han sido condenados a morir sin explicación previa. Me desesperaba junto con el tiempo que parecía transcurrir en lentitudes sangrantes. ¿Por qué? Si mi mente hubiera nacido en otro cuerpo, o mi cuerpo en otra mente, un hecho insignificante como aquél no me hubiera conmovido a tal extremo.
Sabía que nada tenía que temer. Yo no era culpable. Sin embargo, dentro de mí, en lo más intimo de mis confusiones, palpitaba lacerante el nerviosismo de mi duda. Duda que no tenía caso de existir, lo comprendía...
Nadie podría reprocharme. Había obrado de buena fe. Cuando se dieran cuenta del desfalco, ya habría repuesto el dinero. Si lo tomé, no había sido para desperdigarlo en hechos vanos. Con ello había comprado unos zapatos corrientes. El pobre del anciano los necesitaba. En esa época de torrenciales era injusto que él, a sus años anduviera pisando la humedad y el frío cemento de las aceras. Tal vez hice mal en apropiarme de esa cantidad, pero sé que hice una muy satisfactoria acción.
Me sentía angustiado al pensar que de repente me fueran a pedir cuentas y yo no pudiese entregar el dinero completo. ¡Cuánta zozobra! Me señalarían como un abusivo. La desconfianza existiría siempre para mí. Mis compañeros se burlarían y ya nadie me volvería a hablar. Al menos eso pensaba y en aquellos instantes era para mi conciencia, entre un desesperación confundida al borde del terror, lo más doloroso que me hubiese podido acontecer.
Lo bueno fue que no se dieron cuenta. Haciendo mandados, sacrificios de golosinas, ahorrando mis domingos, logré reunir lo que faltaba y lo repuse. Entregué el dinero tal como me lo habían dado. Hice fama de honrado y de responsable... Los maestros me pusieron de ejemplo... En el fondo, al recordar mi indescubierto engaño, aún tiemblo.
Sin embargo, creo que lo hecho... estuvo bien.
Y no me arrepiento.


BLANCO

¿Qué lo hace a uno vivir? ¿Qué es lo que nos impulsa a obrar en formas diversas? Las respuestas aún nadie puede encontrarlas. Algunos afirman que el deseo de superación, otros que los complejos de inferioridad, unos que el afán de dominio y otros más se inclinan por la vehemencia del éxito.
Tal vez para el mundo de los adultos no existen otras formas de ser y de comportarse; quizá para ellos todo gire alrededor de las conveniencias y de las hipocresías, pero para mí y para los que son como yo, no son estas las maneras de pensar y de obrar. Sentimos que hay detrás de cada cuerpo algo más elevado que la simple aspiración a rodar por la vida como sea, aun a costa de los demás. En nuestros corazones predomina un entusiasmo misterioso para renovar lo ordinario. Es como una enigmática potencia que nos exige ser distintos a lo frecuente, alejados de aquellos que para los mayores es normal, aunque no lo sea.
Por esto, un adulto no hubiera podido comportarse como Ricardo. Siempre se nos achaca nuestra falta de responsabilidad y se nos señala como carentes del mínimo valor civil que cualquier individuo debía poseer. Se nos humilla abanderando la injusticia con insultos y calificativos lastimantes. Creen que de tal manera tratados, llegaremos a construir lo que ellos mencionan como sociedad culta, civilizada y decente. ¡Cuán equivocados están!
Lo que hizo Ricardo va más allá de lo prosaico y se eleva hasta lo sublime, a pesar de que ninguno de los grandes haya considerado su comportamiento digno de elogio, a pesar de que algunos lo hubieran detractado hasta lo vil, a pesar de que la mayoría no se hubiera percatado de su bondad. Tal vez los adultos entienden a su modo el sacrificio, sin entenderlo.
Socorro había tomado el dinero del bolso de la profesora, mas no por el afán de molestar o de sentir el placer del hurto por maldad. Todo el que roba lo hace como consecuencia a una gran necesidad, y ella, así lo hizo.
Socorro era la alumna más estudiosa del grupo. Nadie hubiera pensado lo que algún día iba a acontecerle y como es lógico, porque los pobres son los que aprovechan mejor los estudios, la que mayor problemas económicos mostraba.
Su madre, lo único que ella tenía, había enfermado gravemente del pulmón. Era costurera y trabajaba día y noche con el fin de sostener a su hija que anhelaba ser en lo futuro una profesional. Había que operar y faltaba dinero.
La profesora Alicia, poco atractiva por cierto, como siempre llegó a clase para contarnos sus anécdotas de millonaria, en lugar de realizar lo que muy pocos maestros tienen por misión: Encauzarnos en lo mejor que podamos ser.
Comenzó con la eterna presunción de su dinero y nos habló de sus negocios y de uno muy importante que acababa de efectuar. Para demostrar que no estaba mintiendo nos enseñó el dinero de la reciente operación comercial. ¡Tanto dinero asombró a todos! Jamás habíamos visto diez mil pesos juntos.
Al terminar la hora de desclase, muchos nos acercamos al escritorio para platicar con mayor detenimiento y particularidad con ella. No más para que no dijera. Entre el alboroto, alguien abrió el bolso y extrajo la cantidad fabulosa. La profesora no se dio cuenta ni nosotros, sino hasta el día siguiente cuando la directora, furiosa e irritada, nos lo comunicó después de lanzarnos palabrerías y ofensas. Socorro no había asistido a clases esa mañana. Algo como un relámpago cundió por todas las mentes de mis compañeros. Nos habíamos enterado de la situación de ella y la comprendíamos. Casi al momento supimos que Socorro había sido la que había tomado el dinero, pero callamos...
La directora siguió exhortándonos a que le dijéramos la verdad, mas nadie decía nada, callábamos. De pronto, Ricardo se puso en pie y entre la admiración común, confesó ser él, el culpable.
Ricardo siempre había admirado a Socorro. La amaba en silencio. Ninguno de nosotros daba crédito a su confesión. Sabíamos que no era verdad, que la autora del robo era Socorro, pero nadie hablaba. Permanecíamos quietos, unidos, dejando a Ricardo solo, sin salvarlo, hundiéndolo, aunque en el fondo nos sentíamos maravillados ante la acción de nuestro compañero.
Y la directora lo amenazó con expulsarlo, mandó llamar a sus padres, le preguntaron qué había hecho con el dinero... El no respondió. Quizá pensaba en ella, en el sufrimiento de su primera amada.
Ningún interrogatorio lo hacía desistir de su silencio, ni sus padres, ni los orientadores, ni los maestros. Unicamente repetía... “Yo soy el culpable... ya lo dije... yo soy...” En su rostro reflejaba una resignación desconocida y una valentía nunca vista.
Y aunque en el grupo nadie ignoraba la verdad, la solidaridad nos ataba para no decirla. Y a pesar de que Ricardo iba a sufrir la vejación de ser expulsado y puesto en la correccional, callamos. Callamos, porque sabíamos que él, sí era ya todo un hombre.


SER

A cada día que pasa me siento más extraño... diferente... Ya no soy igual que antes... No sé qué me va transformando...
Primero fue como una débil sensación que recorría todo mi cuerpo. Más tarde se convirtió en una agitación que no me dejaba concentrar en el estudio. Era como si algo nuevo, inconocido, inaudito e inusitado hubiera arribado por vez primera para separarme de la vida que llevaba. Fue una ansiedad nunca antes sentida. Algo que me hacía inquietar hasta la desesperación. Al comienzo como una alegría profunda, después como una insólita tristeza al pensar que me encontraba aún impotente para satisfacer mis anhelos.
Hubiera querido en esos momentos no ser yo, sino otro distinto a mí. Lejos de las mismas actitudes de cada día. Más allá de lo frecuente y de aquello que principiaba a mostrarse casi siempre absurdo y tonto. Era una forma de sentir, ignorada por mí durante mucho tiempo para conocer la existencia, la vida que se me presentaba como gigantesco, escarpado, enigmático y brumoso laberinto.
Al pensar en lo que me deparaba cada instante futuro, algo informe latía en mis adentros, era como un intenso vibrar que me hacía víctima de una sofocación nunca antes experimentada. Deseos de escapar de lo fútil y perderme en una nueva concepción del mundo...
Era difícil soportar lo mismo a cada hora. El escándalo de siempre; los estruendos citadinos, antes inadvertidos y las mismas voces ligeramente variadas por el estado de ánimo que las embargaba.
Hubiera querido ser algo diferente . Sentirme ajeno a los problemas que carcomían la conciencia de todos. Indagar en mi propio mundo esta búsqueda que me calcinaba.
Hubiera deseado apartarme por años, por siglos, por siempre, del panorama igual de cada día. Y ser ave para perderme en las alturas infinitas al encuentro de mi respuesta, y ser viento para entrar y salir de todas partes sin ser visto ni sentido, y ser pez para explorar las profundidades de los océanos y descubrir los encantos prometidos por mis lecturas de niño.
Hoy, en lugar de haber cesado esa angustia carcomiente y aflictiva, la inconformidad subsiste, a pesar de mis dieciséis años. Y ha aumentado, porque ahora me encuentro más confuso, más desorientado, como nunca... No obstante la bondad de mis padres.
A cada paso de la vida aparecen nuevos dilemas, nuevas preguntas, pero... jamás la contestación...
Y pensar que la señorita orientadora me ha indicado que me conviene estudiar una carrera científica, sin aclararme premeditadamente cuál... ¡Cómo es que la va a saber, si ni yo mismo la sé...!
Tal vez nací para lo que todos nacieron... nutrirse, crecer, reproducirse y morir.


NOCHE

Cuando la oscuridad acrecienta sus dominios en el paisaje nocturno, se expande una inmensa emoción en toda la amplitud de mi ser que me invita a la meditación de los hechos diluidos ya en mi escaso pasado.
La noche viene a ser en esos momentos mi eterna y gran amiga, la que me comprende como nadie, porque nunca dice algo burlesco a mis afirmaciones ni protesta ante mi lenguaje ni me obliga a nada.
Cansado de la diaria agitación en el estudio, en el juego y en las simplonas labores que me obligan a realizar en la escuela o en casa, me siento feliz al poder gozar de un rato de calma y de tranquilidad espiritual; serenidad que se acumula en mi corazón y se transforma en suave melancolía, alegre soledad.
La noche, plena de misterios y de silencios, me brinda el refugio de su cuerpo cósmico para meditar sobre mi propio mundo, naciente, según me han dicho; ignorante de los puntos que el itinerario del tiempo y de la sociedad ha marcado para angustiar a los que se inician.
Y una vasta fuerza se agiganta en mí y ante mi sombrío testigo, orlada de mutismos, eclosiona y ahonda en cada una de las nuevas concepciones que aparecen diariamente en mi existencia. ¿Acaso podré encontrar en algún sitio a alguien que me comprenda mejor?
Creo... y siento.. que la noche me acompaña en cada una de mis aflicciones, porque calla ante mis protestas, ante mis enojos y mis liviandades. Jamás ironiza con mis sueños de ser…
Cuántas veces he murmurado al compás del silencio que acompaña mis soliloquios las inquietudes que agitan la interna confusión de mi mente y la noche, con su elocuente solemnidad permanece callada.
No obstante... sé que su mirada invisible profundiza en mí en pos de darme la compresión que tanto he anhelado para cada una de mis palabras, para cada una de mis acciones, para cada una de mis vehemencias.
Y vibro.. Y un placentero dolor recorre mi sangre... Y una extraña ondulación se expande deleitosa por mi mundo interno... ¿Será que en esos instantes las dudas y las angustias de mi edad encuentran un aliento en la inmensa opacidad nocturna y el atisbo de una esperanza, por siempre aguardada, arriba hasta el nebuloso cauce de mi existencia para vivificarla?...
La noche... compañera y amiga... novia de mi tristeza y de mi ansiedad...


CALLES

Cuántas veces he deseado perderme entre el laberinto de la urbe, sin saber con precisión la causa de mi extraño deseo.
Es un afán que lentamente va invadiendo cada una de las células de mi cuerpo hasta confundirse con mi espíritu y tornarse emoción, emoción por fugarme de lo que siempre aparece ante mis ojos.
Es un deseo infinito de vagar sin rumbo y extraviarme entre los caminos de asfalto a la búsqueda de un algo que siento lejano de mí.
En mis caminatas por el centro de la urbe he contemplado la agitación del tránsito que se deshace por salir con la mayor rapidez posible del vericueto citadino.
Las calles reverberan y se estremecen, se agitan y se desangran. Si pudieran hablar, tal vez gritarían sus deseos por lograr un poco de paz, de silencio, de tranquilidad...
Cuando voy por algún barrio conocido o desconocido, las calles se me figuran alegres y bullangueras. Los gritos de los muchachos que juegan en ellas parece ser el símbolo de su felicidad.
Muchas veces me he extraviado en mis paseos curioseantes. He recorrido, en mi interno afán por encontrar ese algo que aún no he adquirido, los lugares paupérrimos y aquellos que son esplendentes a costa de la ignominia del hambre. ¿Cuánto tiempo? No sé, porque cuando me doy cuenta de mis pasos me hallo frente a paisajes ignorados... frente a panoramas jamás vistos.
La ciudad agiganta sus carnes de asfalto y da a luz nuevos senderos para hacerme sentir, eso creo, tan pequeño como un simple punto en el espacio infinito del cielo.
Y mi alma se acongoja y se estremece. Un algo desconocido viene a profanar mi arsenal de dudas y me diluye...
Las calles de mi ciudad saben de mis andanzas en pos de mí mismo, y aunque sé que en ellas no he de encontrarme, hallo una íntima satisfacción y un consuelo extraño al recorrerlas y casi (será porque nací entre el laberinto de la urbe), me siento parte de ellas. De la lluvia que las moja, del sol que las quema, del viento que las acaricia y de los pasos que las humillan...
Las calles de mi ciudad son el mapa de mi propia búsqueda...


CONOCER

Yo nací en la ciudad. Ensimismado. Ella ha sido testigo de mi infancia.
Cuando pienso en cada uno de los minutos de mi existencia, una fuerza insospechada emerge de mi corazón y se extiende por todos los parajes de mi cuerpo incitándome a huir... a huir de lo conocido y de mí mismo para encontrar nuevos senderos, nuevos caminos, nuevas rutas que satisfagan mis vehemencias por conocer otros paisajes, otros recintos, otros lugares.
Mucho he anhelado viajar. Recorrer el mundo entero y contemplar distintos panoramas, pero nunca he podido efectuar a mis anchas estos deseos que me agitan y me colman de vibraciones.
Si un día fuera tan libre como... como sueño... me remontaría a los sitios más escondidos del Universo para hacerlos formar parte de mi pobre mundo.
Cuando no hace largo tiempo conocí el mar, me iluminé de una infinita satisfacción y al sentir el contacto de sus olas, creí palpar un poco de la naturaleza hasta entonces no conocida por mí.
Estaba acostumbrado a ver edificios tras edificios, altos, imponentes, bajos, detestables, modernos, antiguos; balumbas tras balumbas, avenidas, calles, calzadas, callejones, viaductos. Por esto quizá, cuando me enteré de lo que era el océano, descubrí un extraño rumor de fantasía... fantasía surgida de mis imaginaciones.
Y al experimentar las vivencias estériles del desierto, inmenso, sin fin, comprendí el reto de los seres que viven en él y que luchan por vencerlo y conquistarlo. Sin embargo, no se me hizo tan impresionante como el mar... Tal vez porque en el fondo, a pesar de todo, la ciudad se le parece mucho, o porque yo mismo, en momentos, me siento desierto. No sé...
He soñado tanto con poder librarme de las cadenas invisibles que me sujetan a la prisión familiar para escapar y aventurarme en busca de algo que no acierto a definir; es una ansiedad angustiante que me empuja a descubrir nuevas sendas, nuevos recintos, nuevas experiencias que diluciden en algo esta asfixia que se acrecienta al no vencer lo que me ata a no sé qué de la existencia...
¿Será que quiero más de lo posible? ¿O menos de lo imposible? Puede ser, pero... late en mí con mayor arrogancia a cada instante, esta vehemencia exuberante por conocer todo... no ignorar nada... Descubrir los motivos de mi angustia... los orígenes de mis dudas... las causas de mis intranquilidades...
¡Conocer! ¡Conocer! Siempre conocer... lo físico y lo metafísico... lo real y lo irreal... lo ínfimo y lo supremo... lo importante y lo inútil... ¡todo!
Y... cuán difícil... ¡La vida!...


EXCURSIÓN

El motor del camión rugía y las luces que sus potentes faros lanzaban al espacio herían la oscuridad de la carretera. A lo lejos se vislumbraba como quien no quiere, los resplandores de la ciudad. Se asemejaba a una multicolor galaxia que se extendía de norte a sur y de este a oeste.
Todos veníamos medio adormecidos. La fatiga había logrado vencer nuestros ímpetus juveniles y parecía sonreír satisfecha de vernos doblegados y pensativos. Si acaso, alguien platicaba sus experiencias en otras excursiones, mientras que los demás oían sin apartar los ojos de la enorme senda de asfalto.
El paseo había durado tres días y tres noches. Cuando salimos íbamos llenos de gozo y alegría. Para muchos era la primera vez que se liberaban por más de veinticuatro horas de las obligaciones que en su casa realizaban y se mostraban contentísimos. Ahora sí que gozarían de la vida.
En el trayecto cantamos, gritamos y hasta llegamos a bailar. Jamás nos sentimos tan compañeros y tan amigos, casi hasta como hermanos, como en aquella ocasión.
Nuestras rencillas ingenuas, nuestros egoísmos tontos y nuestras envidias simples desaparecieron. El grupo, más que nunca, se encontraba unido en la felicidad y ésta sería perpetuada en el recuerdo de cada uno.
Nos detuvimos varias veces en distintos poblados. Las muchachas corrían a comprar baratijas para colgárselas al cuello o sobre la blusa. Los muchachos íbamos hasta alguna tienda para comprar refrescos y golosinas y de paso colocar algunas monedas en la sinfonola, si acaso la había, para hacer atisbos de baile.
En más de dos ocasiones improvisamos fiestas entre el natural entusiasmo de todos, el reojo de los profesores encargados de vigilarnos (¡como si necesitáramos que nos vigilaran!) y la curiosidad de la gente de provincia no acostumbrada a las locuras de los adolescentes citadinos.
Cuando llegamos a la playa y vimos, para muchos por vez primera, el mar, hubo una común exclamación de euforia. Todos queríamos gozar ya de las caricias bienhechoras de sus aguas.
El camión se detuvo cerca de la orilla unos instantes y nos dieron permiso para bajar antes de dirigirnos a la casa de huéspedes a la que llegaríamos.
Y como parvada, como venados felices, corrimos hasta el iniciador de la vida y con las olas que había en esos momentos jugueteamos fascinados.
Las horas que estuvimos allá se nos hicieron pocas. Recorrimos hasta los lugares más escondidos del rumbo, descubrimos grutas, trepamos a las palmeras, buscamos nidos de tortugas, pescamos, corrimos, nadamos y nos confundimos con la felicidad.
Ahora... el regreso... No sé por qué de repente me sentí triste y me dieron ganas de llorar... o de gritar como loco... Pensé. “Casi estamos a punto de llegar a la ciudad, con sus calles conocidas y desconocidas... con su muchedumbre, con su escándalo, con sus grandezas...
No venimos tan entusiastas como en la ida, pero... tristes no... más bien... quién sabe... Pero... ¿Por qué callamos?... ¿Tanto nos divertimos que hemos quedado exhaustos? ¿O acaso es porque nuevamente regresamos a lo mismo?... A los mismos lugares con vida aparente…Sitios muertos que quieren disimular existencia, aunque sepan que ésta sólo se encuentra en la Naturaleza...
El camión rodaba por la primera gran avenida de la urbe. Tanta luminosidad nos confundía... y tanto silencio... Era muy noche...


ROSICLER

Hay instantes en los cuales no quisiera regresar tan pronto a casa. Ignoro si será la escuela o el ambiente que existe en ella lo que me detiene. Es algo que a veces me hace pensar en la importancia de sentirse acompañado de seres iguales a uno.
Cuando pienso que está a punto de terminar el año escolar y que la inquietud se vislumbra en cada una de nuestras acciones, me invade una melancólica tristeza. Al salir de la secundaria se perderán las inolvidables experiencias que en ella adquirí. Unas buenas, otras comunes, algunas malas, pero que me han ayudado a ser lo que soy, como soy...
He aprendido que una experiencia, la que sea, no debe constituirse en mi conducta. Esta debe ser siempre variada y creativa. Si no, puede quedarse uno destruido en la nada y permitir el abuso de quienes les interesa que no maduremos, con los nefastos propósitos de fomentar explotaciones e injusticias que sólo beneficien a ellos... los explotadores del trabajo, de la fe, del temor, de la violencia.
Los exámenes finales se aproximan y quién sabe cuántas desagradables preocupaciones y sorpresas traerán, si no prevenimos los buenos resultados. Lo mejor es comenzar desde ahora a estudiar con mayor detenimiento. ¡Qué aburrido es en ocasiones! Aunque en mis intentos se fragüen inmensas ganas por saber... ¡hay tanto que me hacen aprender y que no me atrae! Será porque no lo comprendo bien, o porque no está dentro de lo que mi mundo interno anhela. No sé que pasa con algunos maestros. Se empeñan en alejarnos de la realidad y en llenarnos la cabeza con datos tan absurdos, pues no los necesitamos aún y quizá nunca…
Este es mi último año en la secundaria y tendré que abandonarla, pero sé bien que jamás la olvidaré. Innumerables han sido las alegrías... y tristezas, que en ella me han colmado. Me duele. Una infinita melancolía me abruma al pensar que he de dejarla cuando yo la considero como un segundo hogar, aunque no se crea.
En pocas escuelas existe tanta comprensión para sus alumnos. Exceptuando esos profesores que siempre nos hablan como desde arriba…los demás me han parecido adecuados. No nos consienten. Nos estimulan, nos invitan al esfuerzo y a la superación. Nos hacen comprender cada uno de nuestros desatinos. Nos corrigen orientándonos.
Ojalá que todas las secundarias fueran así, como la mía, donde la mayoría de mis maestros han aportado un poco para un encuentro que he esperado, sin saber por qué.
Últimamente me han entrado unos tremendos deseos por algo que no puedo explicar con claridad, pero que me palpita, como invadiéndome de horizontes y de esperanzas...
Tal vez sea una profunda vehemencia por vivir con intensidad los últimos días que transcurra en mi escuela, ya que me aguarda otra... más terrible... más inhóspita, más incomprensible: La sociedad, en la que nadie habrá de corregirme amablemente, sino que cada error que yo cometa quedará petrificado en mi ser y su huella herirá cada día de mi existencia.
Cuando pienso que está a punto de terminar el año escolar, me aferro a la idea de que no es cierto...
Ni yo mismo me convenzo...
Y me entristezco...


RECORDANDO

Ahora que estoy a punto de terminar la secundaria he comenzado a recordar aquel último año de mi escuela primaria. Jamás pensé que pudiera existir algo semejante.
Yo era bueno (y lo soy)... Nada había inquietado hasta entonces mi serenidad de niño: Ni un nubarrón ni una tormenta ni una niebla. Transcurrían apacibles cada uno de los minutos de mi niñez. Mas cuando llegué al sexto grado, fui cambiando sin sentirlo. (Qué satisfacción al ingresar a esta secundaria en la que estudio, donde se me ha brindado casi siempre comprensión y ayuda, porque de no haber sido posible esto, no sé lo que hubiera sido de mí).
En aquella época, los compañeros de aquel grupo hablaban de temas para mí incomprendidos hasta entonces. Y aunque nuestro profesor ya se había dado cuenta de los problemas que iban engendrándose, parecía no importarle nada, únicamente su apariencia personal de conquistador con las maestras que lo buscaban e impedían que cumpliera con sus obligaciones de educador. No obstante, a muchos les regocijaba el asedio amoroso que nuestro profesor parecía disfrutar. Y luego, cuando el maestro salían con alguna de esas señoras, muchos se iban a un rincón para demostrar que ya ellos eran también muy hombres.
Cuando nuestro profesor se dio cuenta de los escarceos de mis compañeros no dijo más allá. Sólo una vez nos insinuó algo que no alcancé a comprender con certeza. Algo que mis compañeros (por lo mal dicho y hecho) convirtieron en mofa y en escarnio...
Comenzábamos la adolescencia. Lo sexual era lo atractivamente nuevo y como habíamos nacido en una sociedad hipócrita y antinatural, debíamos reprimir cualquier pregunta que nos asaltara referente a ello. Y la falsa información no se dejó esperar... Nadie hubo que nos iniciara con la verdad científica de lo que ellos consideraban temas escabrosos e inmorales... (¿por qué nacería entre tantas falsedades?)
Es un recuerdo triste... el más triste de mis recuerdos... Estaba entonces lleno de angustias, de dudas y de temores… Hasta que entré a la secundaria. Aquí todo comenzó a tornarse diáfano, claro, verdadero.. (y me liberé). Mi maestro de Biología nos ha hecho entender muchos enigmas de la vida.
Aparte de él, aquí he tenido varios profesores que han ayudado a vencer mis confusiones. Aquello ha pasado a un segundo plano.
No obstante, aquel año dejó huellas imborrables. Esto es, el triste recuerdo de saber que existen seres irresponsables, ignorantes e hipócritas...y maestros cobardes.
Hoy lo que más me inquieta es lo que voy a hacer de mí mismo... lo demás me interesa tanto como dormir, comer y respirar.
Creo que soy bueno, porque vivo de acuerdo con la Naturaleza y no de acuerdo con las costumbres resultantes de los falsos convencionalismos sociales, como dice mi profesor de Historia... Me siento libre... sin cadenas... dispuesto al encuentro conmigo... listo para que mi voluntad maneje mi inteligencia en bien de los demás.


AZUL

En muchas ocasiones me he detenido a pensar en mis deseos. A veces me concreto a anhelar cosas sin importancia y en otras me sobrepaso y quiero casi imposibles. No hay duda de que lo que más me preocupa es mi futuro como individuo que ha de formar parte de la sociedad, aunque injusta, porque nos obliga a adoptar una posición que en mucho no es de nuestro agrado.
Uno quisiera en momentos apoderarse de nuestras fantasías y volverlas realidad. ¿Cuántos no han soñado en conquistar mundos extraordinarios para depositarlos a los pies de alguien a quien se ama? O... ¿Cuántos otros han deseado poseer enormes riquezas para satisfacer cada una de sus ambiciones? Pienso que muy pocos han dejado a un lado sus vehemencias para vagar por los senderos sin deseos...
En mis delirios, en mis ensueños; he creído ver azules parajes por los que yo paseo deleitándome con el soberbio olor de las flores y en los que escucho el cántico rumoroso del viento.
Así... mi alma... o lo que sea... eso que con frecuencia me hace sentir triste o feliz, parece engrandecer mi mundo interior y me hace sentir capaz de realizar las más difíciles hazañas. Nuevos ímpetus embargan mi espíritu, nuevas vibraciones que me invitan al esfuerzo continuo para alcanzar cada uno de los deseos que tanto me han inquietado.
Y me devano para adquirir mis ilusiones... y lucho... y me debato por obtenerlas en lid callada, en devoción abierta. Mi cuerpo, carne pasajera, y mi espíritu, aroma inmortal, se concentran en uno solo para propulsar las íntimas cadencias rumbo a mis jardines ilusos.
Cuánta felicidad me invadirá si algún día, tal vez lejano, encontrara la solución a mis anhelos y fuera yo, yo mismo, un yo que pueda distinguirse de los demás, sin confusión. Un yo que lograra precisar su estadio en la vida y el por qué de sus afanes, el por qué de sus denuedos, el por qué eterno...
Cuando sueño y no duermo, cuando duermo y sueño, aparece a cada instante la figura informe de un enigma, del enigma que aparentemente es vano y endeble y que no obstante, se agiganta en momentos y llega a angustiarme...
¿Qué seré?... ¿A dónde iré?... Y el eterno grito de siempre me responde: ¡Quiero ser yo! ¡Yo solo! ¡Sin parecido con ninguno de los que se me parecen! Y así... caminar con firmeza por una senda en la que no haya sombra alguna que me desvíe. ¡Quiero ser yo! ¡Yo solo! Un yo que pudiera embonar en un equilibrado nosotros…
O como dice mi maestra de Español: Un yo feliz dentro de la mayor felicidad colectiva.


FELICIDAD

Hoy nos entregaron las calificaciones de los exámenes finales. Había estudiado lo suficiente como para alcanzar las notas obtenidas: ¡nueve punto ocho! ¡Cuanta alegría di a mis padres! Me sentí satisfecho. Desde hacía tiempo que quería darles esta dicha. Lo máximo obtenido por mí hasta ahora de promedio había sido el nueve.
Por fin hoy lo conseguí. Les gané a todos mis compañeros. No se si tendrán envidia o admiración por mí, sólo sé que me siento contento como nunca. Es como si estuviera seguro de mí mismo y de mis posibilidades.
Cuando en ocasiones llegaba a sacar un siete me sentía incómodamente deprimido. Parecía ser el más desdichado del mundo. Después reflexionaba y me daba cuenta de mi error. Otros reprobaban u obtenían calificaciones inferiores. Debía sentirme alegre de mi progreso. Yo dominaba mi voluntad, pero los demás...
No obstante, siempre había un malestar interior que era, aún lo es, como un aliciente, como un incentivo, como un impulsor a mi esfuerzo.
Yo no quiero quedarme como parte común y simple de la sociedad. Anhelo destacar, ser alguien mejor cada día para colaborar con quienes me necesiten. Uno de quien se exclame siempre elogiosos comentarios. Deseo ser justo, imparcial, sereno y sencillo, sí sencillo, porque... ¿de qué sirve la presunción, si de todos modos se ha de saber siempre en lo más íntimo que no se es lo que se predica?
Estoy feliz. Una dicha me recorre. Es una tranquilidad escandalosa, una quietud inmensa, una apacibilidad risueña, una conmoción placentera. Es la sensación de una plenitud deseada, de una conquista ardorosa, de un triunfo solemne. Es una felicidad inconmovible por haber ganado una lid, sin más ayuda que mis propias tentativas.
Cuanto placer se sumerge en nuestro ánimo cuando después del denuedo, de la solicitud, del intento, de la decisión, de la vehemencia, se logra alcanzar aquello que más se ha deseado. Y sin más apoyos, sin más ardores, sin más diligencias que el ahínco de uno mismo para conducir nuestra impulsividad hacia la doma de nuestros briosos defectos.
Día feliz... día feliz.. Todo ríe conmigo y se hace partícipe de mi felicidad interna... El crepúsculo, las nubes, la luna, las estrellas...


SALÓN DE CLASES

Parece que fue ayer cuando ingresé a la secundaria. Este ha sido mi último año en ella. En un principio sentía un poco de temor ante la nueva concepción del estudio. En la primaria nos lo habían advertido constantemente. No era lo mismo. Tendríamos que enfrentarnos a la dureza de más de diez profesores. Estos darían su clase y nada más. Veríamos también lo que íbamos a padecer si no repasábamos día tras día los apuntes.
¡Cuántas dudas se arremolinaron en mi mente! ¡Cuántas angustias! ¡Cuántos temores! Hoy que ya ha pasado el tiempo, me dan risa aquellas antiguas preocupaciones. No había motivo para que existieran. Es difícil estudiar, pero con un poco de esfuerzo y perseverancia se vencen las dificultades. Después de unos meses, me sentí más seguro de estar en la escuela. Se respiraba un ambiente de alegría y de cooperación. Nos alegraba permanecer en nuestro salón de clase, fiel testigo de nuestras hazañas, de nuestras discordias, de nuestras travesuras, de nuestros entusiasmos y de uno que otro regaño por parte de los maestros.
Al menos yo era dichoso con pasar la mañana completa entre compañeros y en el saloncillo que poco a poco aprendí a cuidar y a querer. Sus paredes amplias y sin manchas, sus enormes ventanales que nos brindaron la luminosidad del cielo, aunque hubiera niebla.
Salón de clases, semillero del bienestar, recinto en donde se conjugan las fuerzas de la humanidad decreciente con la que apenas emerge esplendorosa, anhelante de vencer al universo en la lucha inmemorial por vivir.
Salón pequeño y humilde que en su sencillez encierra todas las virtudes del mundo, porque los jóvenes no somos malos... ¡No queremos ser malos!... Nosotros los que comenzamos la difícil senda del existir sorpresivo, aunque vamos con la conciencia confusa, sin saber cómo proceder ante cada momento de la vida, sin precisar cada una de nuestras emociones, aspiramos a mejorar el sembradío humano y a superar las etapas que nos precedieron.
Salón de clases, huerto del saber, cómo me sentí feliz cuando permanecía entre tus paredes; potentes brazos que nos envolvían y nos cobijaban. ¡Cómo deseaba que jamás llegara el momento de abandonarte!
Mi salón de clases: pienso que al verme alejar con paso seguro, sin temores a la vida, sin arrogancias fatuas, sabrás que entre tus muros me has modelado con la esperanza de haber hecho de mí, lo mejor.
Cada vez que me acuerdo de ti y de tu pérdida, me invade una cierta melancolía y una informe nostalgia, tal vez anhelando las horas transcurridas, los minutos evitados, los segundos confundidos, los miedos padecidos, los sufrimientos imprevistos, las iras inútiles y lo más importante de mi edad: el haber aprendido a conocerme para amarme y así, conocer y amar a los demás.


LUZ

¡Cuánto tiempo tuvo que transcurrir para encontrar lo que pocas veces puede hallarse!
Al pensar en los años perdidos sin que alguien me orientara y me guiara con el ejemplo de su acción, por el difícil inicio de la vida, me estremezco. ¿Qué hubiera sido de mí, si ni la primaria hubiera estudiado? ¿Dónde estaría yo ahora? ¿Cómo se habría modificado mi existencia?
Cuán grande fue el deseo surgido de mis profundas meditaciones por descubrir a un ser que me comprendiera, me ayudara a aclarar tantas dudas y me diera aliento para vencer los retos de mi adolescencia.
Un día, al despertar, y ver el pálido amanecer, sentí como una tremenda necesidad de escribir esa sensación de ausencia. Como que de pronto descubría que las palabras me ayudaban a conocer e interpretar el mundo.
Aún algo adormecido fui garabateando un soneto según lo había aprendido en clase de literatura:

Señora Alba de mágica blancura,
blancura inmaculada que yo admiro
entre risas, sonrisas y un suspiro,
dime qué alma tendrá tanta hermosura.

Señora Alba cubierta de ternura,
que todas las mañanas siempre miro
cuando ya del silencio me retiro,
di, qué alma como tú, será tan pura.

Señora Alba infinita de belleza
que arropas los celajes con tu manto,
dale un poco de luz a mi tristeza
diciéndome en un dulce y tierno canto
¿en qué alma encontraré yo la pureza
capaz de asemejarse con tu encanto?

Y siempre igual, nadie... ni mis padres... ni...
Ellos habían estado tan cerca de mí, sin embargo, yo sentía como que no se habían percatado de mis transformaciones...
En un principio creí que me comprenderían, pero no... Decían conocerme muy bien, no obstante, se equivocaban y confundían cada una de mis actitudes… como muchos...
¿En dónde había de encontrar al ser que fuera comprensión y bondad? ¿Cuándo hallaría a la persona que me hablara siempre con el corazón en la mano y la verdad en los labios?
No sabía... No sospechaba siquiera que en este tiempo sin luces pudiera existir alguna fogata que iluminara mi noche con su resplandor de realidades.
Había navegado por el inmenso océano, sin ruta fija, entre la bruma; sin metas precisas, llevado por los vientos a lugares indefinidos... Mas...
Una mañana... cuando el alboroto de mis compañeros se expandía en el salón de clases por la reanudación de labores, entró en él diáfanamente como un hechizo, como una sonrisa, nuestra maestra de Español.
Antes, como entre ensueños perdidos en las regiones insensibles de un mundo insonoro, había escuchado su nombre. Los comentarios de los muchachos que habían sido sus alumnos alababan la dulzura de su palabra, la grandiosidad de sus enseñanzas y la hermosura de su corazón.
¿Qué lejos estaba yo de saber que aquel ser cambiaría mi modo de ver la existencia! ¡Qué inimaginados pensamientos podrían haberme dicho que aquella mujer de frente amplia, de mirada clara y comprensiva, transformaría mi caudal de fatuas experiencias y las encauzaría al cultivo sereno de la verdad, de la belleza, de la bondad, del amor a los demás, de la discreción y de la rectitud!
Había tenido variados profesores: Buenos, malos, abúlicos, impulsivos, cultos o ignorantes, pero ninguno había merecido de mi parte el calificativo de Maestro. Todos pasaron por mi vida como las nubes por el cielo. Atravesaron un día con sus sombras o con el estruendo de sus lluvias mi celaje joven y después... se esfumaron... Ni un rasgo profundo de sus presencias quedó en mis paisajes...
Aquellos a quienes en un tiempo creí omniscientes, pronto se derrumbaron al ver la abyección que encerraban, la miseria que los esculpía y la escoria que los modelaba. Cayeron de sus pedestales como los antiguos ídolos sin que nada lograra sustituirlos.

¡Y sentí que mi mundo agonizaba! Un laberinto me carcomía y una angustia se acrecentaba a cada momento en mi espíritu transformando los dorados sueños de mi primavera en lacónicos panoramas. En nadie creí...
Mas aquella vez, cuando escuché su voz, sus palabras me conmovieron y renací. Una nueva concepción del Universo se generó en mi mente.
Aquel ser que ante mí hablaba sobre la vida y que en cada una de sus expresiones palpitaba la bondad y la comprensión, era el que en ningún otro había podido encontrar.
Mi corazón se estremeció ante sus clases y la admiración por cada una de sus ideas hacía nublar mis ojos. La maestra hablaba y dentro de mí surgía la conmoción de lo fútil para sobre ello levantar mi nuevo mundo. Y nos hacía tanto pensar y discutir.
La primera ocasión que conversé con ella y en la cual yo me afané por saber acerca de su vida y de su obra, porque también era escritora, nada quiso decir; sólo se concretó a saber de mí, de mis sueños, de mis preocupaciones, de mis curiosidades. A cada una de mis preguntas contestó con elegante sencillez y en cada una de sus respuestas latían compresiones.
¿Por qué (me pregunto) habré tardado tanto en encontrarme con la bondad? ¿Por qué no se realizó el final de mi búsqueda desde mi niñez?
Si cada uno de los que crecemos encontráramos a un verdadero Maestro, el que se entrega a sus discípulos como si fueran partes propias, y nos orientara, y nos guiara hasta la superación con tan sólo la verdad, el bien y la belleza por escudos, tal vez no seríamos lo que somos...
Si cada uno encontrara la sonrisa para sus tristezas, el aliento para sus derrotas, la comprensiva energía para sus deslices y la sinceridad para sus yerros, nos transformaríamos...
Desde entonces... con religiosa abnegación, frecuento a mi primera maestra, maestra verdadera, maestra de la vida, con la esperanza de que algún día pueda recompensar sus consejos y sus orientaciones, hasta el momento en el cual, constituido ya parte de un mejor engranaje colectivo, pueda exclamar: ¡Maestra! ¡No te he defraudado!


EPÍOLOGO

Y el panorama se fue aclarando...
Una multitud de resplandores surgió
de entre el oleaje y un nuevo
viento agitó las velas
de la barcaza...
Las anclas fueron levantadas...
y prosiguió con la firmeza
de saber las metas...

Y la bruma fue desapareciendo...

Llegaría...

como todos los que han llegado...